Son pocas pero cada vez hay más mexicanas dispuestas a arriesgar sus vidas y la tranquilidad de su hogar y de sus familias al ponerse al frente de alcaldías o en la jefatura de corporaciones policiales y desafiar desde el servicio público la impunidad, las injusticias y al mismísimo crimen organizado.
Algunas son jóvenes, todas valientes, decididas a construir un México nuevo, alejado de la corrupción y del “mirar hacia el otro lado” que tanto daño ha hecho al país durante décadas, y rechazan hacer la vista gorda ante situaciones que afectan a las poblaciones donde viven, con las que están profundamente comprometidas.
FUNCIONARIAS DE PRIMERA
La inseguridad que enfrentan no es nueva, pero sí la tendencia de sus antecesores varones en los cargos públicos de claudicar y renunciar a esas responsabilidades y hacerse a un lado ante el reto mayúsculo de devolver la paz a la comunidad.
En octubre de 2010 los ojos del mundo se posaron ante una historia fantástica, la de Marisol Valles García, de 20 años, quien dio un paso adelante en el pequeño poblado de Praxedis G. Guerrero, en el estado de Chihuahua, el más violento de México, y se convirtió en la nueva jefa de Policía del municipio.
La joven Valles, casada y estudiante de criminología, se puso al frente de una corporación con pocos recursos ante una criminalidad que no parece tener freno en México.
“Ahorita tenemos un presupuesto que nos limita muchísimo. No contamos ni con lo básico para trabajar, como armas o bicicletas. Los policías están haciendo su recorrido caminando”, denunció desde su comunidad, situada a menos de 100 kilómetros de Ciudad Juárez, la ciudad más violenta de México en los últimos años.
A Marisol Valles no le tembló el pulso al asumir el cargo. Admitió que tenía miedo, algo natural, pero no temor ante posibles atentados como los que le costaron la vida a una decena de oficiales en los últimos años.
Tampoco antes que a ella a Minerva Bautista Gómez, la máxima responsable de Seguridad Pública del occidental estado de Michoacán, quien el 24 de abril pasado sobrevivió a un brutal atentado.
Aquel día el vehículo blindado en que viajaba recibió más de 2.700 disparos en una emboscada supuestamente lanzada por el cártel de “La Familia”, cuando regresaba del recinto ferial de Morelia.
Otro caso más con desenlace feliz trascendió el pasado enero, cuando la alcaldesa de Tiquicheo, María Santos Gorrostieta, mostró fotografías de su torso y espalda tras haber sobrevivido a tres atentados, en uno de los cuales perdió a su marido. Con su gesto, desnudando un cuerpo “herido, mutilado” y “vejado” por los violentos, quería mostrar que sigue siendo “una mujer con fuerza y entereza” que sigue en pie al servicio de los ciudadanos de bien.
Peor suerte tuvo Hermila García, la primera Jefe de Policía víctima del crimen organizado en un municipio del norteño estado de Chihuahua, fronterizo con Estados Unidos.
Apodada "La Jefa", fue emboscada y tiroteada el 29 de noviembre de 2010, pocos días después de asumir el cargo, cuando iba a cumplir con su diaria responsabilidad, dirigir una corporación de policía local integrada por noventa agentes, en su mayoría varones.
De otra parte, María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) afirma que “La percepción que vemos es que las mujeres no entran a una negociación (con los delincuentes o malos funcionarios). Vienen a buscar maneras para limpiar la corrupción”.
“Pienso que muchas de ellas, no todas, sí tienen una mentalidad de que las cosas (...) tienen que cambiar, que lo van a hacer de otra manera y romper con las cadenas de la impunidad, que van a tratar de tener más acercamiento con la comunidad”, asegura.
Mayor compromiso con el trabajo
La situación es paradójica: frente a una mayor inseguridad parece que cada vez más mujeres se desempeñan como servidoras públicas en México.
En Ciudad Juárez la policía local cuenta con 2.400 agentes, de los cuales un 23 por ciento son mujeres, más de medio millar, la cifra más alta registrada en la corporación y casi cinco veces más de las que había en 2008.
El presidente de la ONG México Unido contra la Delincuencia (MUCD), Eduardo Gallo y Tello, encuentra una explicación a la situación.
“La mujer tiene mejor apuntalados sus principios y valores. Entonces, cuando llega a un cargo de responsabilidad en donde tiene que combatir delincuencia en cualquiera de sus modalidades, se enfoca más a hacer su trabajo que en buscar una negociación”, explica.
“Eso, evidentemente, le representa ser un blanco y un objetivo de la delincuencia. Pero también que la propia estructura que la rodea la pueda traicionar con mayor facilidad. Creo que es parte de lo que ha pasado”, agrega el activista.
Gallo y Tello cree que tirar a matar a mujeres es un método del crimen organizado para “aterrorizar a la población”.
“Cuando tú eres capaz de atacar mujeres, matarlas o torturarlas antes de matarlas, y dejar las evidencias de esto, es más impactante que cuando se trata de un varón”, señala.
“Es el narcoterrorismo, que no trae una ideología política sino de asustar a la población para que pueda seguir floreciendo la industria del narcotráfico”, asegura el activista.
La percepción de que la mujer es más honesta con su trabajo es generalizada.
También tienen que enfrentar el machismo
Además de la criminalidad, las mujeres enfrentan otra dificultad grande en un país como México: la discrimina-
ción que anida en una sociedad profundamente machista aún. "El ambiente de los hombres habla muy feo de nosotras. Nos cosifican y nos ven como menores, ‘están aquí pero hay que protegerlas’, y te ven con carencias pero también con el abuso del poder, que se sigue ejerciendo”, afirma María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF).
EFE