Latinoamérica está en un momento de transición política, en el que su relación con Estados Unidos está en un momento crítico y, aunque no atraviesa una crisis económica, no presenta un plan definido. Esa es la visión que tiene de la región Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano y profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Georgetown.
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Ya sabemos los resultados de las elecciones en la región, ¿cómo es su visión geopolítica?
Como todo el mundo, América Latina pasa por un momento político de transición. Hay estructuras, partidos y liderazgos tradicionales en declive y otros que emergen, pero no hay una tendencia clara: en México podríamos hablar de un giro a la izquierda, pero en otros pasa lo contrario. Y falta saber quién ganará en Brasil. Hay fragmentación y gran incertidumbre.
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¿Cuáles son las principales preocupaciones que tiene sobre Latinoamérica?
La principal preocupación es el desastre económico, social, político y humanitario en Venezuela, del que no se ve salida pronto y tiene consecuencias regionales. Luego, que varias economías, incluyendo las tres mas grandes (Brasil, Argentina y México) están tropezando, lo cual amenaza los progresos en reducción de pobreza y desigualdad de los 2000. No hay muchas señales de avances en productividad o inversión. Y, finalmente, la fragilidad de muchos Estados que abre espacio al crimen organizado y la corrupción.
Aranceles, migración, etc... la relación entre la región y EE. UU. no está en su mejor momento, ¿cómo la ve?
La presidencia de Trump es un punto bajo para las relaciones de EE. UU. y América Latina, y para la reputación de EE. UU. en el mundo; es difícil encontrar países que tengan una imagen favorable del gobierno estadounidense. Y la mayor fuente de incertidumbre es el propio Trump, porque es errático e impulsivo, y muchos líderes latinos están desconcertados. A pesar de eso, las relaciones comerciales, culturales y diplomáticas siguen. Por suerte, la región no parece interesarle mucho a Trump.
¿Cree que América Latina debería buscar nuevos liderazgos mundiales con los que asociarse?
Creo que la región entendió en el último tiempo que no puede depender de ningún liderazgo extraregional. Esa ha sido la gran lección. Muchos mantienen buenas relaciones con EE. UU., Europa o China, y aprovechan las diferencias entre ellos para su beneficio, por lo que profundizar ese balance debería ser la estrategia. Claro que para México, Centroamérica, el Caribe y los países en el norte de Sudamérica, EE. UU. es un vínculo económico vital y difícil de reemplazar, al igual que en temas como seguridad o migración.
Usted ha criticado instituciones como Unasur. ¿Cree que hay más elefantes blancos?
Podríamos decir que sí: Existen muchas instituciones regionales, pero pocas cumplen con su misión de promover la integración, más allá de los discursos. El caso de Unasur es particular por su complicidad con el desastre venezolano y porque terminó asociada a una corriente ideológica. Un mecanismo de integración tiene que trascender la ideología; si no, está condenado al fracaso. La región ha podido evitar conflictos abiertos entre países. En este aspecto, comparado con el resto de mundo, América Latina es un éxito.
¿Cómo valoran una mayor integración regional?
En una economía global y más integrada, hay poco espacio para estrategias de desarrollo basadas en el mercado interno. Pero la integración tiene costos, ganadores y perdedores, y eso la hace muy difícil. Muchos de los proyectos plantean objetivos demasiado ambiciosos que no tienen el apoyo necesario y lo mejor sería comenzar a definir metas concretas, reducidas y realistas, y avanzar despacio.
¿Qué más se puede hacer para solucionar el problema con Venezuela?
Lo urgente es apoyar a los países que, como Colombia, están recibiendo a cientos de miles de venezolanos que huyen de su país. Es importante reforzar la coalición diplomática entre las democracias latinoamericanas para seguir presionando a Venezuela (incluso con sanciones), y hacer todo lo posible por promover la unidad de la oposición. Lo que puede lograr la cooperación es limitado mientras la oposición se mantenga dividida. Pero se deben crear las condiciones para fomentar un cambio y estar listos para reaccionar rápido si la situación se deteriora más.
¿Nicaragua va camino de ser la nueva Venezuela?
Hay diferencias: Ortega no tiene petróleo para sostenerse en el poder eternamente, ni para comprar apoyos. Además, la dimensión de las protestas es extraordinaria y los políticos tradicionales y empresarios que apoyaban a Ortega le están dando la espalda; su situación es mucho más frágil que la de Maduro. Las semejanzas son la falta de caminos viables para salir de las crisis y el potencial de desenlaces desastrosos.
¿Cómo ve la economía de Latinoamérica?
La región no está en una crisis económica profunda, pero sí parece estancada y con pocas ideas. El final del boom de los commodities demostró los límites de una estrategia basada en la exportación de materias primas. Para México y Centroamérica, el proteccionismo muestra también los peligros de depender demasiado de un solo mercado. Sigue faltando, en muchos casos, una visión integrada que planifique el desarrollo, aprovechando los recursos naturales y creando cadenas regionales de valor.
Lo lamentable es que durante los años de crecimiento hubo falta de preparación para los cambios esperados en la economía global y varios países gastaron demasiado como manera de solucionar problemas.
¿La región es vulnerable a choques externos?
Muchos países son sensibles a los shocks, pero menos vulnerables que en el pasado: acumularon reservas internacionales, mantienen el déficit fiscal bajo control y tienen estabilidad macroeconómica. Dicho esto, el caso de la corrida contra el peso argentino muestra que queda mucho por hacer para equilibrar las cuentas, generar confianza y basar el crecimiento en cimientos sólidos para que no dependa de un producto. Todavía persisten vulnerabilidades importantes en la mayoría de los países.
Rubén López Pérez