La volatilidad de los precios de los alimentos ha aumentado en los últimos meses y permanecerá alta en el futuro próximo, afirmaron ayer en un boletín conjunto la Cepal, la FAO y el Iica.
El documento titulado ‘Volatilidad de precios en los mercados agrícolas (2000-2010): implicaciones para América Latina y opciones de políticas’ detalla las características del actual escenario: cambios frecuentes, imprevisibles e intensos en los precios de las materias primas agrícolas, que generan diversos impactos en los países, los cuales varían según las condiciones nacionales.
Para los países especializados en la exportación de materias primas alimentarias, por ejemplo, un alza en los precios representa importantes oportunidades para mejorar sus términos de intercambio, mientras que para otros, puede representar un riesgo para su seguridad alimentaria, especialmente para los importadores netos de alimentos.
“La gran fluctuación de precios llegó para quedarse, por lo que la región debe prepararse. El trabajo que hoy presentamos puede ayudar a los países a implementar y combinar los mejores instrumentos de política tomando en cuenta las realidades nacionales”, dijo la Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena.
Desde el segundo semestre de 2010 y durante los primeros meses de 2011, los precios internacionales de los alimentos han vuelto a repuntar, sobrepasando, incluso, los niveles alcanzados durante la crisis de 2008.
Entre las posibles consecuencias de la volatilidad de los precios figuran pérdidas en la eficiencia económica, reducción de la seguridad alimentaria y aumento de la desnutrición, así como efectos negativos sobre la balanza comercial, señalan en el documento la Cepal, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (Iica). La inestabilidad, además, acarrea riesgos elevados para los productores, especialmente para los pequeños agricultores, pues se incrementa la incertidumbre sobre sus ingresos esperados. Tampoco cabe descartar la posibilidad de que los fenómenos de volatilidad desencadenen movilizaciones sociales de descontento, como ocurrió durante la crisis alimentaria del 2007 al 2008.