Siempre recordaremos el ‘Ocho de Mayo’. La historia describirá esta fecha como el momento en que EE. UU. abandonó su creencia en los aliados. La retirada de Donald Trump del acuerdo con Irán pone a Washington, no a Teherán, en violación de un acuerdo internacional. Por primera vez en décadas, está actuando sin un socio europeo.
La guerra de Irak de 2003 fue respaldada por Gran Bretaña, España y otros, junto con algunos esfuerzos para persuadir a Francia y Alemania. En cambio, Trump, ha aislado a EE. UU. de Occidente.
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La primera víctima de la movida de Trump es cualquier apariencia de un orden global normal. EE. UU. ahora se encuentra en un grupo solitario con Israel y Arabia Saudita en un lado de una brecha internacional tóxica. China, Rusia, Europa e Irán se encuentran en el otro. A esa lista deberíamos agregar con casi toda seguridad a Japón, India, Australia y Canadá. Es difícil ver cómo la brecha no se ampliará.
Trump tuvo oídos sordos a la súplica de los aliados más cercanos de EE. UU. Dos de sus líderes, el francés Emmanuel Macron, y la alemana Angela Merkel, incluso viajaron a Washington en la última quincena para defender su caso. No lograron convencerlo.
Un tercer aliado estratégico, Boris Johnson, secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, señaló que el mundo no tenía “Plan B” para el acuerdo nuclear de Irán. Fue otra forma de decir que la alternativa al diálogo es la guerra.
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Trump le ha entregado a Europa un dilema que la región hizo todo lo posible por evitar. Le está dando a sus principales aliados de la Otan la opción de mantener un trato que negociaron – y que Irán ha honrado – o suscribirse a las políticas belicosas de ‘EE. UU. Primero’ sobre las cuales no tienen influencia.
La primera opción generará sanciones estadounidenses a los bancos y compañías de energía europeos que continúen haciendo negocios con Irán. La segunda significaría renunciar a su mejor juicio y arriesgarse a un conflicto en Medio Oriente que dañaría a Europa mucho más que a EE. UU. Seguir a Trump también tendría un alto costo político. El índice de aprobación de Macron bajó después de su ofensiva de adulación con el estadounidense.
También significaría aceptar la visión alternativa de la realidad de Trump. El presidente dijo que el acuerdo nuclear de 2015 había llevado a Irán “al borde” del desarrollo de armas nucleares. Los líderes de Europa señalan que Irán estaba a tres meses de tener un programa nuclear viable antes de que se alcanzara el acuerdo. El acuerdo retrasó el proceso por lo menos un año. Irán aceptó inspecciones no programadas y límites estrictos en sus actividades de investigación y enriquecimiento nuclear durante 10 a 15 años. Ahora Trump le ha dado el pretexto para reiniciar su programa nuclear. Lo mismo se aplica a la afirmación de Trump de que el acuerdo había estimulado una carrera de armamentos nucleares en el Medio Oriente. Esa carrera no estaba en marcha, pero puede comenzar.
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La respuesta de Europa dependerá en gran medida de cómo reaccione Irán. Hassan Rouhani, su presidente, afirmó que la pelota estaba en el tejado de Europa. Si los ‘tres M’ – Merkel, May y Macron – encuentran una manera de mantener el trato, es probable que Irán se mantenga.
Esa bifurcación conducirá a una división occidental cada vez más profunda. Washington impondría sanciones a las entidades europeas. Europa se vería obligada a tomar represalias. Durante años, a los aliados de EE. UU. les ha irritado la imposición de sanciones y las consecuencias del acuerdo con Irán pueden ser la ‘gota unilateral que derramó el vaso’. No hace falta decir que Rusia, China y otros continuarán haciendo negocios con Irán. También corresponderán en caso de la imposición de sanciones financieras de EE. UU.
Esas represalias ‘ojo por ojo’ no ocurrirán en forma aislada. El impacto indirecto en las conversaciones comerciales de Trump con China y las esperanzas de mantener la presión de China sobre Kim Jong-un para desnuclearizarse serían radicalmente inciertas.
Asia, al igual que Europa y el Medio Oriente, está observando la evolución de Trump con creciente ansiedad. No está claro cómo puede creer que su política arriesgada en Irán podría impulsar las perspectivas de un acuerdo nuclear serio con Kim.
Hubo una vez un debate sobre si deberíamos tomar a Trump en serio o literalmente. La respuesta es ambos. Ahora tiene un equipo que comparte sus instintos de ‘EE. UU.
Primero’. John Bolton, su asesor de seguridad nacional, ha argumentado durante mucho tiempo que EE. UU. debería lanzar ataques contra las instalaciones nucleares de Irán. Bolton nunca ha conocido a un inspector nuclear en el que pueda confiar.
Los paralelismos con la etapa previa a la guerra de Irak son preocupantes. Pocos países desean ver una repetición de ese error. El martes, Trump prácticamente declaró la guerra a Irán. Esa movida tendrá repercusiones suficientemente serias. El daño colateral a la posición global de EE. UU. puede ser aún peor.
ADULACIÓN
Henry Kissinger dijo una vez: “Después de una cena en la que se sirve Pato Pekinés, aceptaré cualquier cosa”. Xi Jinping, el presidente de China, debe haber estado prestando atención. Cuando Donald Trump visitó Pekín en noviembre, recibió una ‘visita estatal plus’. Además de organizar una cena lujosa, Xi guió una visita personal a la Ciudad Prohibida para el presidente y la primera dama de EE. UU.
Al final de la alfombra roja más lujosa que China haya desenrollado en su historia, Trump había olvidado sus demandas comerciales, al menos por un momento. Pekín incluso preparó una lista de productos estadounidenses que compraría, pero Trump estaba de demasiado buen humor como para discutir el tema: “¡Gracias por la hermosa bienvenida a China!”, escribió en Twitter. “¡Melania y yo nunca lo olvidaremos!”
Casi todos los líderes mundiales han aplicado alguna variación de la estrategia de Xi. Con Trump, según la teoría, la adulación te lleva a todos lados.
El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, cree que Trump merece un Premio Nobel por su próxima cumbre con el líder norcoreano Kim Jong-un. Ésa fue una perspectiva astuta que presentarle dado que Barack Obama — el predecesor de Trump, cuyo legado está decidido a borrar — fue galardonado con el premio simplemente por la promesa de lo que podría hacer.
Otros, como el primer ministro japonés Shinzo Abe, lo han visitado con regalos ostentosos. En la primera de las dos visitas a Mar-a-Lago, la “Casa Blanca de invierno”, el primer ministro de Japón le regaló una bolsa de palos de golf dorados.
La mayoría de los estados del Golfo, y Japón, han contribuido generosamente a un ‘Fondo de Mujeres Emprendedoras’ de US$500 millones establecido por el Banco Mundial en nombre de Ivanka Trump, la hija del presidente. El mes pasado, Jim Kim, presidente del banco, consiguió lo que quería: el apoyo de Trump para aumentar el capital a US$13.000 millones.
De la misma manera, a los líderes que no están dispuestos a pagar el peaje se les ha dado la espalda. “Para alguien como la canciller alemana Angela Merkel, que es realmente incapaz de halagar, o incluso la primera ministra británica Theresa May, la química con Trump no es buena”, dice Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. “Con la excepción del francés Emmanuel Macron, los europeos no están dispuestos a jugar este juego”.
Pero, ¿será que un masaje de ego es lo único que se necesita? La evidencia es mixta. Es una cosa establecer una buena relación con el presidente de EE. UU. Otra cosa es lograr las concesiones que se buscan. La adulación sólo te lleva hasta cierto punto.
El año pasado, Macron invitó a Trump a asistir a los desfiles del Día de la Bastilla, el 14 de julio, en París. La esperanza era que Trump revertiría su decisión de sacar a EE. UU. del acuerdo de París sobre el cambio climático.
No sucedió tal cosa. Pero sí le logró un guiño personal hacia Macron. Hace poco, el presidente francés recibió la primera cena estatal de Trump. “Tenemos una relación muy especial”, dijo Trump sobre su homólogo francés.
Sin embargo, una vez más, Macron no consiguió nada. En esta ocasión, su objetivo era disuadirle de retirar al país del acuerdo nuclear con Irán.
Anthony Scaramucci, el exdirector de comunicaciones de Trump, lo expresa aún más vívidamente. “La gente piensa que si le besas el trasero, conseguirás lo que quieres”, resalta Scaramucci. “Pero no es tan simple como eso. A Trump le gusta establecer respeto”.
Macron recibió el desfile completo. El contraste con Merkel, era evidente. Ella tuvo que conformarse con un ‘almuerzo de trabajo’. Parecía que Merkel estuviera visitando a su dentista. Macron se parecía a un niño en un parque de diversiones. Ambos buscaron las mismas garantías sobre Irán. Ninguno lo logró.
El caso de Abe ofrece una advertencia aún más seria sobre los límites de la adulación. No sólo no logró lo que quería de su última peregrinación de abril a Mar-a-Lago — la exención de Japón de las tarifas de acero y aluminio — también sufrió consecuencias políticas en su país. “Parecía humillado”, dice Kurt Campbell, diplomático sénior de Asia en la administración de Obama. Otros países, como Australia e incluso México, han obtenido exenciones temporales. A pesar de los esfuerzos de Abe, Japón fue omitido de forma llamativa.
“Con Trump, todo es personalizado, pero también es transaccional”, dice Tom Donilon, asesor de seguridad nacional de Obama. “No podría pedir un mejor aliado que Japón”.
La historia empresarial de Trump ofrece pistas sobre su idea de lo que constituye un buen negocio. La primera regla es poner su nombre en todo. Ningún edificio de Trump estaría completo sin su llamativo nombre. Es por ello que la sugerencia de Moon fue tan inteligente.
Pero Trump también tiene que ganar dinero. Otros ponen el capital, mientras él toma las tarifas de licencia. Él no sólo debe ganar; debe verse como ganador. Moon tiene que lograr de alguna manera que Trump pueda declarar la victoria tras su cumbre con Kim. Si resulta en algo menos que alguna forma de compromiso de desnuclearización, todos esos cumplidos pueden llegar a ser en vano.
“La adulación es una condición necesaria pero no suficiente”, apunta Haass. “Tiene que haber una victoria”. Lo cual genera un dilema para sus homólogos. Para ingresar a su club, se debe pagar un alto costo de ingreso. Pero viene sin garantía de bebidas.
No obstante, hay otra clase de líder: aquellos a quienes Trump ofrece elogios. Éstos tienden a ser hombres autoritarios como Vladimir Putin y Xi. Este último puede haberle brindado a Trump a una gran visita, pero eludió los elogios. Putin ocasionalmente adula a Trump.
Edward Luce