Tal vez Donald Trump ya no esté interesado en Rusia, pero Rusia sigue interesada en él. Robert Mueller, el fiscal especial, ha acusado formalmente a 19 personas, incluyendo a 13 rusos y cinco estadounidenses que trabajaron en la campaña de Trump.
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Eso fue sólo el comienzo. Cuando se aborde la piratería electoral de Moscú, seguramente se agregarán más rusos y estadounidenses. La investigación de Watergate tomó dos años para pasar del robo a la renuncia presidencial. Después de nueve meses en el cargo, Mueller parece estar siguiendo un horario similar.
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La familiaridad adormece la mente. Es fácil pasar por alto la enormidad de lo que se está desarrollando. Mueller está jugando ajedrez. Realiza cada movimiento con el rey de su oponente en mente. El viernes pasado, aumentó su defensa revelando la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016. No necesitamos aceptar su palabra. HR McMaster, asesor de seguridad nacional de Trump, aseguró que el papel de Rusia era “incontrovertible”.
Eso obstaculiza las posibilidades que tiene el Presidente de despedir a Mueller, algo que ha tratado de hacer más de una vez. Trump ahora considera al general McMaster como un peón que debe sacrificar.
Mueller sabe jugar con la mente de su oponente. Tanto Trump como Mike Pence, el vicepresidente, dicen que la hoja de cargos muestra que Rusia no tuvo ningún efecto en el resultado de las elecciones estadounidenses. De hecho, el documento de 37 páginas no comenta sobre el impacto de Rusia en las elecciones estadounidenses. Es revelador que los dos estadistas más altos de EE. UU. estén leyendo cosas que no contiene el documento.
Trump está obsesionado con las afirmaciones de que su victoria sobre Hillary Clinton fue ilegítima. Dieciséis meses después todavía está tuiteando al respecto. Su sensibilidad con respecto a la contienda de 2016 le impide reconocer el papel de Rusia. Él ganó las elecciones en forma justa. Cualquier cosa que arroje dudas al respecto, especialmente Rusia, es un tema tabú.
Sin embargo, la pieza más importante de la investigación de Rusia aún no se ha revelado. Las acusaciones de la semana pasada se centraron en la fábrica de troles de internet con sede en San Petersburgo. No dijeron nada sobre el correo electrónico pirateado de la sede del Partido Demócrata y de funcionarios de la campaña de Clinton.
A diferencia de la operación de noticias falsas, que estaba encabezada por un amigo del presidente ruso Vladimir Putin, la piratería informática seguramente fue realizada por el FSB y el GKU, las dos principales agencias de inteligencia de Rusia. Éstas canalizaron su material a través de WikiLeaks, el sitio dirigido por el fugitivo Julian Assange.
Roger Stone, el primer director de campaña de Trump, tenía una habilidad especial para adivinar cuándo WikiLeaks iba a revelar su próximo caché. El mandatario estadounidense también pronosticó cuándo iban a suceder las filtraciones de los correos electrónicos en sus discursos durante la campaña.
Él citó a WikiLeaks 164 veces en las últimas cuatro semanas de las elecciones generales. El calendario de las filtraciones le dio una ventaja. La filtración más impactante sucedió 32 minutos después del lanzamiento de las famosas cintas de Access Hollywood. ¿Quién puede decir que eso no alteró las elecciones de EE. UU.? Nadie puede probar el impacto de Rusia en los comicios, por supuesto. Pero con cada movida de Mueller, Trump se obsesionará aún más por refutarlo.
El enfrentamiento entre Mueller y el Presidente de Estados Unidos es un regalo geopolítico para Putin, pues Trump se rehúsa a adoptar la línea dura en contra de Moscú que quieren sus asesores.
El Congreso aprobó las nuevas sanciones contra Rusia hace seis meses y Trump todavía no las ha implementado. El abismo entre los instintos de Trump y los consejos de sus asesores se está ampliando.
Su administración define formalmente a Rusia como un adversario. Ésa hubiera sido la postura de Clinton si ella estuviera en el poder. Pero Trump no está de acuerdo. Los aliados de Estados Unidos no saben en quién confiar, el Presidente o las personas que trabajan para él. Ellos dicen cosas diferentes.
Por su parte, Putin también está cosechando dividendos ideológicos. El objetivo de Rusia es ‘sembrar la discordia’ en la democracia estadounidense, según Mueller.
El presidente de Rusia podría abrir un nuevo banco con los ingresos. La semana pasada, Dan Coats, director de inteligencia nacional de Trump, le dijo al Congreso que estaba seguro de que Moscú interferiría en las próximas elecciones legislativas de EE. UU. Sin embargo, Trump ni siquiera quiere referirse a la amenaza.
Su administración está haciendo muy poco para aumentar las defensas del proceso electoral de EE. UU. Deberíamos añadir a Coats a la lista de peones prescindibles.
Pero el colapso más profundo que ha surgido como resultado de esta investigación es con respecto a las agencias de seguridad del país. El Buró Federal de Investigaciones (FBI, pos sus siglas en inglés) dice que Rusia intentó sabotear la democracia estadounidense.
Mientras tanto, Trump insiste en que ese reclamo es una farsa. Incluso culpó a la investigación del FBI por la masacre de la semana pasada en la escuela de Florida, argumentando que la agencia le había dedicado demasiado tiempo a la investigación de su colusión con Rusia en lugar de “reaccionar a la información que había recibido sobre el tirador”.
Creer esto realmente requiere la suspensión de la incredulidad. ¿Se están riendo en Moscú?, como Trump tuiteó la semana pasada. Deberían de estar riéndose a carcajadas. El presidente estadounidense sigue siendo un regalo inigualable para Rusia y también para Putin.
Edward Luce