Días antes de su toma de posesión, Donald Trump desestimó la afirmación del líder norcoreano Kim Jong Un de que pronto probaría un misil balístico intercontinental. “No sucederá”, tuiteó Trump.
(Lea: António Guterres sobre la ONU, Trump y Corea del Norte)
Pero durante el año hasta la fecha Pyongyang ha logrado grandes avances en su intento por atacar el territorio de EE. UU. con un arma nuclear. Ha probado tres misiles balísticos intercontinentales y realizó una sexta prueba nuclear al detonar la que pudo haber sido su primera bomba de hidrógeno. El resultado ha sido una fuerte escalada de advertencias sobre una respuesta militar.
Justo antes de Navidad, Jim Mattis, secretario de defensa, advirtió que “las nubes de tormenta se están concentrando”. El general HR McMaster, el consejero que ha sido el más belicoso del equipo de seguridad nacional de Trump, dice que sería “intolerable” que Corea del Norte pueda atacar a EE. UU. con un arma nuclear.
(Lea: Corea del Norte vuelve a lanzar un misil balístico)
Después de que Pyongyang en noviembre probara un cohete con alcance suficiente para llegar a cualquier lugar del territorio de EE. UU., dijo que las probabilidades de guerra “aumentaban día con día”.
Los gobiernos de todo el mundo están tratando de determinar si la retórica está diseñada para apuntalar los esfuerzos diplomáticos, o si Trump realmente cree que no se puede disuadir a Kim de usar armas nucleares y, por lo tanto, habla en serio para evitar que cumpla con su misión nuclear.
(Lea: China, Trump y la pesadilla norcoreana)
La retórica de la administración estadounidense fue el trasfondo de la reunión entre las dos Coreas el martes, en la que Corea del Norte ofreció enviar atletas a los Juegos Olímpicos de Invierno del próximo mes en Pyeongchang y Corea del Sur dijo que consideraría levantar temporalmente algunas sanciones contra Corea del Norte.
Funcionarios en Seúl reconocen que han estado buscando formas de aliviar las tensiones militares, una obertura que podría crear dificultades para los esfuerzos de Washington para presionar más a Pyongyang por su programa nuclear.
Mientras los funcionarios estadounidenses intentan determinar qué tan cerca está Kim de cruzar el umbral nuclear, el Pentágono está actualizando sus planes. En un extremo del espectro, Mattis ha dicho que EE. UU. tiene opciones que no necesariamente desatarán represalias contra Seúl — un reclamo que ha sido recibido con mucho escepticismo — mientras que el general McMaster ha hablado de la posibilidad de una “guerra preventiva” dirigida a eliminar los programas de misiles y armas nucleares de Corea del Norte.
En una sesión informativa privada para exasesores de seguridad nacional durante el verano, el General McMaster describió las opciones, lo que llevó a algunos — pero no a todos — a concluir que EE. UU. había adoptado una postura más seria de lo que habían pensado, según dos personas familiarizadas con el evento.
CAMBIOS ESTRATÉGICOS
Los estrategas militares han comenzado a usar frases como “patada en la espinilla” y “nariz ensangrentada” para describir una acción que creen que enviaría un mensaje fuerte a Kim, pero no tan fuerte como para provocar una represalia seria, según dos personas familiarizadas con las discusiones internas.
Dennis Wilder, exanalista principal de la CIA, aseguró que tales opciones podrían incluir atacar una base aérea o instalaciones navales no asociadas con el programa de misiles balísticos intercontinentales (ICBM, por sus siglas en inglés), destruir una de las casas de Kim, atacar una parte clave del programa de misiles o atacar un misil durante una prueba lanzamiento.
Sin embargo, muchos ex funcionarios aún se muestran escépticos de que Trump pueda tomar medidas militares tan limitadas. James Stavridis, excomandante supremo aliado de la OTAN y ahora decano de la Escuela Fletcher de la Universidad Tufts, quien considera que las probabilidades de una guerra nuclear son del 10%, no ve “opciones militares que den como resultado menos de varios cientos de miles de bajas y quizás entre 2 y 3 millones”.
Mullen considera que el equipo de Trump se arriesgaría muchísimo si asumiera que Kim no respondería a un ataque. “Nuestra inteligencia no es buena, entonces, ¿cómo sabemos que no responderían?”, indica. “Si yo fuera Japón o Corea del Sur, me preguntaría ‘¿y nosotros qué?’ Se supone que EE. UU. debe protegerlos”.
Dennis Blair, un almirante retirado quien en su anterior cargo como jefe del Comando del Pacífico de EE. UU. tuvo experiencia en los planes de guerra para la península de Corea, argumenta que EE. UU. tiene tres opciones posibles para la acción militar.
La primera sería un ataque en respuesta a un acto de provocación, como un ciberataque o un misil que casi golpee Japón, Corea del Sur o Guam. Dice que es poco probable que Corea del Norte tome represalias importantes si fueron las acciones de Kim las que provocaron el ataque.
Blair, quien fue director de inteligencia nacional, afirma que la segunda categoría implica mover importantes activos militares a la región para asustar a Kim y hacerle ver que es inminente un ataque. Además de aumentar la frecuencia de los ejercicios aéreos en la península, EE. UU. realizó recientemente ejercicios conjuntos con tres portaaviones en el Océano Pacífico occidental que algunos interpretaron como un entrenamiento para un ataque.
En 1994, Blair comandaba el grupo de combate de portaaviones Kitty Hawk cuando se le ordenó navegar a la península mientras la administración Clinton consideraba un ataque contra Corea del Norte. “Siempre pensé que eso tenía un fuerte efecto en los norcoreanos”, señala.
La tercera categoría sería un ataque preventivo, que abarcaría desde atacar un misil de prueba durante su lanzamiento hasta el tipo de ataque principal detallado por el general McMaster. Blair cree que esto último sería lo más arriesgado ya que no habría garantías de que EE. UU. pudiera encontrar y destruir todo el programa nuclear. “Las posibilidades de que puedas destruir todo en una campaña aérea de tres a cinco días son bajas”.
UNA DIFÍCIL SOLUCIÓN
Corea del Norte le ha dificultado a EE. UU. la tarea de localizar sus armas, pues ha almacenado muchas de ellas bajo tierra. “Corea del Norte ha sido el mayor importador mundial de equipos de minería”, apunta Wallace Gregson, un general retirado y exalto funcionario del Pentágono para Asia. También está avanzando en la construcción de misiles móviles que son más difíciles de detectar.
A William Fallon, otro exjefe del Comando del Pacífico, le preocupan las habladurías sobre la acción militar: “Si hablamos en serio de que no permitiremos que Corea del Norte tenga capacidad nuclear, será mejor que estemos preparados para llegar hasta el final, y no sé cómo se puede hacer eso sin enviar tropas terrestres”.
Dados los riesgos, algunos analistas se muestran escépticos de que Trump lance el tipo de ataque que podría desencadenar un gran conflicto. El general Joseph Dunford, jefe del estado mayor, destacó en julio que la guerra en la península conduciría a “una pérdida de vidas como la que nunca hemos experimentado en nuestras vidas”. Pero también dijo que era “inimaginable” permitir que Corea del Norte tuviera la capacidad de atacar con armas nucleares.
El general Dunford y el Mattis han advertido a Corea del Norte sobre el tipo de respuesta militar que le seguiría a cualquier ataque contra EE. UU., pero también han enfatizado la gran necesidad de diplomacia.
La cuestión crítica para la administración Trump es evaluar si Kim se arriesgaría a usar armas nucleares sabiendo que eso desencadenaría el fin de su régimen y, probablemente, de su vida. Sin embargo, Corea del Norte ha sido durante mucho tiempo un lugar increíblemente difícil para el trabajo de recopilación de inteligencia de las agencias de espionaje.
Jung Pak, una experta en Corea del Norte de Brookings quien era analista de Corea del Norte para la CIA, dice que un problema al analizar a Kim era que no había mostrado interés en hablar con líderes extranjeros. “No ha viajado, por lo que sabemos, en los últimos seis años”, afirma Pak. “Ha convertido su país en su fortaleza”.
En 2014, James Clapper, el entonces director de inteligencia nacional, fue a Pyongyang en busca de la liberación de dos estadounidenses, pero no se reunió con el líder norcoreano. En 2012, un año después de que Kim asumió el poder, Michael Morell, el entonces subdirector de la CIA, realizó una misión secreta a Corea del Norte, según dijeron al Financial Times tres personas familiarizadas con el viaje que no se había revelado previamente.
Una de las personas dice que Morell quería establecer un canal de inteligencia que le permitiera tener una idea del nuevo líder, pero no se le concedió una reunión con Kim. La CIA no quiso hacer comentarios.
VERDADEROS OBJETIVOS
Los funcionarios también han estado lidiando con la cuestión de cuál es el verdadero objetivo de Kim en su búsqueda de armas nucleares. Mientras algunos argumentan que simplemente quiere un elemento de disuasión para evitar un ataque estadounidense, otros argumentan que considera las armas una herramienta para unificar la península de Corea.
Chris Hill, un diplomático retirado quien fue el negociador estadounidense en las conversaciones a seis bandas con Corea del Norte durante la administración Bush, desvela que la dinastía Kim había estado tratando de desarrollar armas nucleares durante décadas, pero la idea de que Corea del Norte lanzaría un ataque nuclear era “ridícula” porque sería suicida. “Esto no se trata de que Trump o Bush hayan herido sus sentimientos. Éste es un esfuerzo a largo plazo para desarrollar la capacidad de moldear la península en la forma que quieren”.
Pak destaca que debido a que el padre y el abuelo del Kim habían intentado poseer armas nucleares, eran “parte de su ADN”. Pero también asegura que él conoce bien el caso de Muamar el Gadafi, el líder libio que fue asesinado por los rebeldes de la oposición varios años después de que renunció a su programa de armas nucleares. “El hecho de que él esté tan involucrado personalmente significa en múltiples niveles que no puede renunciar al programa”, resalta.
Richard Fontaine, presidente del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, espera que todo lo que el Gobierno ha hablado sobre acciones militares sea simplemente retórica de diplomacia de las cañoneras. “Si me equivoco y hablan en serio cuando dicen que Kim no razona o no se le puede disuadir, entonces es casi seguro que esto lleve a la guerra, porque no creo que Corea del Norte esté dispuesta a renunciar a todo su programa de armas nucleares”.
Tim Keating, otro exjefe del Comando del Pacífico, incide en que Mattis y el secretario de estado Rex Tillerson estaban “haciendo un trabajo maravilloso” aplacando la retórica más belicosa de algunos funcionarios. “Yo no habría dicho lo que dijo McMaster”, consideró Keating.
Aunque algunos esperan que Mattis evite un conflicto catastrófico, él también ha dado una pausa para pensar. Después de advertirles a las tropas en diciembre sobre la concentración de nubes de tormenta, les instó a leer This Kind of War, un libro sobre la falta de preparación de EE. UU. para la guerra de Corea en 1950. Pero después de decir que aún había tiempo para la diplomacia, terminó con una nota solemne: “Hay muy pocas razones para ser optimistas”.