En la coyuntura actual de maniobrar cuidadosamente la economía mundial, tal vez no exista un rol más decisivo e influyente que el que tiene a su cargo Janet Yellen, la recién nombrada presidenta de la FED de Estados Unidos.
Yellen es reconocida por haber introducido mejoras en las comunicaciones de la FED, privilegiando la transparencia y orientación a los mercados financieros sobre las decisiones que, hacia futuro, la FED tomará en materia de tasas de interés y de política monetaria (conocido como Forward Guidance).
La compra de bonos emitidos por el Tesoro de EE. UU. y mantener las tasas de interés en cero%, han sido un aporte significativo de la FED a la recuperación de la economía estadounidense.
Sin embargo, a fin de mitigar los ‘efectos colaterales’ de la política monetaria no convencional de la FED, los bancos centrales de las economías emergentes han tenido que intervenir en los mercados de divisas, acumulando una cantidad importante de reservas internacionales con el objetivo de evitar una sobrevaloración no deseable de las monedas ante el ingreso masivo de flujos privados de capital provenientes de las economías desarrolladas.
Cinco años después de la crisis, Yellen tiene ahora la difícil tarea de desmontar esta política monetaria no convencional, sin que ello genere grandes sobresaltos en los mercados financieros internacionales.
El regreso a un mundo de liquidez menos abundante suscita grandes desafíos y preocupaciones. Es previsible que, para alinearse con la nueva realidad en EE. UU., sea necesario que los bancos centrales de los países emergentes tengan que aumentar también sus tasas interés de intervención y favorecer tipos de cambio menos fuertes.
En esta transición de desmonte de la política monetaria no convencional de la FED, lo ideal sería contar con un marco coordinado de cooperación internacional. Las primeras señales se empezaron a dar en el marco de la reunión de ministros de Hacienda y gobernadores de bancos centrales del G20, el pasado 23 de febrero en Sidney. Allí, Yellen fue muy receptiva y contribuyó a calmar las preocupaciones que existen en los mercados emergentes sobre la normalización de la política monetaria en Estados Unidos.
El pronunciamiento de Yellen tuvo muy buen recibo, luego de las críticas previas a la reunión del G20 por parte de los gobernadores de las economías emergentes más grandes, tales como la del gobernador del Banco de Reserva de la India, Raghuram Rajan, quien propuso que los bancos centrales de las naciones desarrolladas deberían incorporar en el diseño de su política monetaria el impacto que esta puede tener en las economías emergentes. Rajan respaldó la disminución mesurada de compras de bonos del Tesoro (Tapering), pero pidió que en las comunicaciones de la FED se contemplen los impactos que tendrán dichas decisiones en las economías emergentes.
El comunicado final del G20 incluyó el compromiso de los bancos centrales miembros de que su política seguirá siendo calibrada cuidadosamente y comunicada de forma clara, en el contexto de un intercambio permanente de comunicación y, teniendo en cuenta sus impactos en la economía global.
Ahora, el gran reto es estructurar un sistema más balanceado de cooperación entre economías emergentes y desarrolladas, que permita una mayor comunicación y mejor coordinación de la política monetaria entre ellos, para no perjudicar el crecimiento económico mundial. La mayor dificultad radica en que los bancos centrales tienen plena autonomía para establecer su política monetaria y sus mandatos no incluyen considerar los ‘efectos colaterales’ de dichas decisiones en otras economías, como lo han dicho muchas autoridades económicas de los países desarrollados.
Ana María Carrasquilla
Presidenta del Fondo Latinoamericano de Reservas.