La sostenibilidad del sector salud es el resultado del balance adecuado de todos los recursos, no solo financieros; incluye también infraestructura física y tecnológica y, por supuesto, recursos humanos. Desde el punto de vista de la política pública, el talento humano no ha sido una prioridad en la historia de la salud colombiana. La autoridad sanitaria ha delegado la tarea de liderar esta dimensión vital de la rectoría.
Desde la década de los setenta del siglo pasado, Guillermo Fergusson, decano de Medicina de la Universidad Nacional, lo señaló en su Esquema crítico de la medicina en Colombia. Expuso circunstancias sociales de nuestra población y el rol que el médico debía cumplir con perspectiva solidaria y de servicio. Mencionaba la predominancia del enfoque ‘orgánico’ formador de los estudiantes, que conducía a una práctica dominante de la medicina clínica, alejada de la medicina social y de la salud pública, las que señalaba vistas con desdén y desinterés.
Por la misma época, Jorge Piñeros Corpas fundó, junto con un grupo de profesores, la Escuela de Medicina Juan N Corpas, inspirado en su visión de formación ecléctica de ese profesional médico generalista e integral que evitara los dogmatismos y abriera su mente a nuevos conocimientos. Piñeros insistía en la idea de que “un médico-cirujano general, altamente calificado, debe ser el eje de la prestación de servicios en Colombia, dado que nuestra patria no puede sostener, en la mayor parte de su territorio, equipos multidisciplinarios de alta tecnología, como sería el ideal que han logrado ya las naciones altamente industrializadas del mundo”.
Ambos tenían razón y se preserva su memoria, pero la realidad es que la mayoría de los procesos de formación de los profesionales de la salud, mantienen los convencionalismos que han prevalecido en Colombia desde el informe Flexner, que propendía por hacer la educación médica únicamente desde el conocimiento científico, en los laboratorios, en el hospital y en la especialidad.
En 1993 se socializó la salud con la reforma a la seguridad social y se estableció un sistema solidario semejante a los europeos y alejado del privatizador de los norteamericanos. Sin embargo, la mayoría de los centros de formación continuaron con procesos que no atendieron esa realidad.
A mediados de la década de los noventa, la Misión Harvard señaló la necesidad de establecer una estrategia de formación de recursos humanos para el sector. A finales del siglo pasado se realizaron estudios por parte de la Universidad de Antioquia, el Cendex de la Javeriana y el Consorcio Hospitalario de Cataluña. Los tres hicieron propuestas semejantes para la educación del talento humano, que respondiera a modelos de atención en salud, fortalecido con un enfoque holístico que tuviera capacidad resolutiva en el nivel de baja complejidad. Indicaron como prioridad el fortalecimiento de la medicina familiar y comunitaria, la atención primaria y la salud familiar. Tenemos un avance mínimo en estas materias.
Hoy, contamos más de 150 especialidades y subespecialidades médicas; la relación entre profesionales de enfermería y médicos es de 0,45 a 1 cuando debería ser, al menos, de 1/1; la brecha de talento humano entre el área rural y la urbana es inmensa, aunque el 78 por ciento de los municipios en el país son rurales, donde habitan 14 millones de compatriotas; la distribución en la educación y en el ejercicio de las profesiones se concentra en Bogotá, la zona Atlántica, las regiones oriental y la antioqueña.
No sabemos, como lo recomendó la OMS, si el 40 por ciento de los médicos están formados en atención primaria y si, de los profesionales educados en esta disciplina, al menos el 70 por ciento tienen competencias interculturales y de salud pública; tampoco si el 60 por ciento de los gerentes hospitalarios tienen estas competencias, y, mucho menos, si contamos con auxiliares técnicos y agentes comunitarios que en un 70 por ciento estén formados en atención primaria.
Se necesita que el Ministerio de Salud asuma el liderazgo del talento humano del sector por tres razones: primero, para definir los perfiles profesionales y técnicos que demanda a nivel urbano y rural; segundo, para conocer el mercado, saber qué tiene, dónde está, qué necesita y en dónde; tercero, para poder determinar las condiciones laborales dignas que incentiven a esos futuros profesionales y técnicos a estudiar lo que se precisa y a localizarse en donde se demandan. Los avances puntuales existentes no integran una política que atienda la totalidad de lo requerido.