En el 2018 la economía crecerá más que en el 2017, y es posible que menos que en el 2019; el déficit comercial será menor, el recaudo tributario crecerá, el déficit fiscal se reducirá, la inflación estará en el rango meta del Emisor, y todo esto pasará sin importar quién sea el nuevo presidente.
Ya tenemos grado de inversión y el precio del petróleo estará por encima de 50 dólares el barril. El problema del año será la creación de empleo, que debe comenzar a repuntar en el segundo semestre, así como los indicadores de industria y comercio. El gobierno saliente deja la casa relativamente ordenada, en términos macroeconómicos, después de maniobrar en las duras aguas del ajuste que tuvimos entre el 2014 y el 2017 debido a los precios del crudo, y logró reducir la pobreza a menos del 30 por ciento de la población, generando una clase media más fuerte, que será el motor de la economía en el mediano plazo.
El presidente 2018-2022, la tendrá más fácil que los anteriores, en muchos temas: comienza su gobierno con la curva ascendente del ciclo económico y con la tranquilidad de que la opinión pública lo apoyará porque ya pasó el efecto político del proceso de paz y el debate electoral. Contará inicialmente con el apoyo del Congreso, lo que debe aprovechar para mover rápidamente las reformas de pensiones, salud, educación, justicia e incluso la tributaria, de lo contrario en el 2019 la campaña local afectará las condiciones políticas.
Adicionalmente, tiene la misma ventaja que los anteriores: le puede echar la culpa al saliente de todo y quedar como una víctima que se puede convertir en héroe, con la enorme ventaja que no tiene que hacer cosas ‘populares’, porque ya no hay opción de ser reelegido y podrá hacer lo que toca y no lo que conviene.
Su primera prueba será el nombramiento del Ministro de Hacienda, quien debe dar tranquilidad a los inversionistas y a la banca multilateral, antes que al electorado, pese a tener la ventaja de estar en la fase de optimismo creciente por el cambio de gobierno, y si hace las cosas bien, será el primer presidente que gobierna sin las Farc de los últimos 60 años, teniendo un problema de narcotráfico y no una lucha insurgente.
Surtido esto, sus jugadas deberán estar en los proyectos de ley de reformas que debe presentar tan pronto se posesione, y la consolidación de las mayorías en el Congreso para lograrlo, donde la centro-derecha es mayoría y se debe llevar ese poder a ser representado en el Ejecutivo nacional. En otras palabras, los dos primeros años del presidente entrante pueden ser fáciles, si se dedica a gobernar; si, por el contrario, es más político que ejecutivo, las cosas se le pueden poner difíciles, porque en la dinámica propia de la política, no hay amigos, sino aliados, y la diferencia es el cambio del viento.
Todo esto son buenas noticias para Colombia, que después de finalizar la guerra con las Farc y de la bonanza petrolera, tiene una economía más sólida, más grande y con más oportunidades, y se puede focalizar en repotenciar el aparato agrícola, industrial y comercial hacía las necesidades de generación de valor y de empleo que se necesitan. Por eso, si el próximo presidente se enfoca en el futuro, las cosas serán mucho mejores para todos.