La calidad de la educación superior es un tema esencial para el progreso del país. Se menciona, con razón, que ha habido incrementos sustanciales en la cobertura, cerca del 50%. Sin embargo, hay dos importantes factores que deben ser atendidos: la distribución entre la oferta de educación técnica y tecnológica, hoy del 35%, y la universitaria, 65 %, distribución que resulta desequilibrada y que debería acercarse a la de países de mayor grado de desarrollo, donde estos porcentajes se invierten.
El segundo, es la calidad de la educación superior, al cual me referiré.
La aprobación de programas requiere solo registro calificado. Existe la posibilidad de obtener voluntariamente Acreditación de Alta Calidad (AAC). En esta manera, se ofrecen programas de varios niveles de calidad.
La AAC se ofrece a instituciones y a programas académicos de pregrado y posgrado y es un indicador relevante. Hoy, hay 29 instituciones acreditadas, de un total de 288, que atienden solo al 20% de los estudiantes, es decir, el 80% de los estudiantes asiste a entidades no acreditadas. En el caso de las instituciones técnicas y tecnológicas, solo dos están acreditadas. Estas atienden el 8% de los estudiantes.
Es indudable que la situación es crítica y debe ser corregida, pues un número altísimo de estudiantes se forma en instituciones que solo cuentan con registros calificados. La proliferación de programas de especializaciones, maestrías y doctorados acentúa el problema, pues la baja calidad de los programas de pregrado seguramente se repetirá en los de posgrado, que, además, son promovidos por muchas instituciones, en una relación perversamente inversa entre la calidad de los programas y la intensidad de la publicidad, con el consabido perjuicio para los estudiantes. Si no fuese asunto tan serio de la órbita del Ministerio de Educación, sería buen tema para la Superintendencia de Industria y Comercio, entidad encargada de defender al cliente de la publicidad engañosa.
Sería pertinente, en este proceso de búsqueda de la calidad de la educación superior, que el proceso de AAC se revisara, con los lineamientos generales que se sugieren a continuación. El proceso de acreditación institucional debería ser fortalecido para evitar que se convierta en un registro calificado más. Además, debería exigirse como requisito previo para la acreditación de programas; no parece razonable que una institución pueda tener AAC de un programa, si no cuenta con una estructura integral básica muy sólida.
La AAC debería tener tres etapas independientes y consecutivas: una de programas de pregrado, otra de programas de maestría y una tercera de programas de doctorado, dado que los requerimientos son diferentes. Los de programas de posgrado son mucho más exigentes, pues deben involucrar profesores de alto nivel de formación, laboratorios, infraestructura y tecnologías de información avanzadas.
En esta manera se seguirían esquemas que han demostrado ser exitosos en varios países, en donde instituciones de muy buena calidad ofrecen solo programas de pregrado parciales o totales, por ejemplo los Community Colleges, y otras, de talla mundial, ofrecen programas de posgrado y desarrollan investigación de alta calidad. Estas últimas han recorrido juiciosamente y sin improvisaciones el camino de desarrollo. Debemos seguir esta ruta para evitar que las instituciones corran el riesgo de llegar, siguiendo el principio de Peter, a su nivel de incompetencia.
Carlos Angulo G.
Exrector de la Universidad de los Andes