Acepté la invitación de mi amiga Lucy por dos razones fundamentales: porque no la veía desde que salimos del colegio y porque la encontré en un mall de Sarasota, Florida, y no hubo forma de esquivarla.
Terminé en su casa esplendorosa plantado para una cena. Porque la gente ahora no come sino que cena.
–Y te voy a presentar a mi novio, me dijo–. Te va a encantar.
No entendí por qué debía encantarme, cuando apareció un tipo rubio monumental que caminaba con un andar de biela y como fabricado en una ferretería.
Me dio una mano metálica y fuerte y me saludó en inglés en un tonito digital.
–Mi amigo viene de Colombia, mi amor, le dijo ella, con una voz más o menos honey y definitivamente sweet–.
El tipo movió la cabeza lentamente, me clavó sus ojos azules como de pescado y me dijo en acento hispano binario:
–Arturoc, mucho gusto.
Mientras se alejaba hacia Lucy, la tomaba por la cintura y la besaba con una pasión larga y bífida, que me obligó a mirar para la piscina.
Yo pensaba…¿Arturoc? Conocía al Rey Arturo, al Arturito de ‘La guerra de las galaxias’ y degustaba la poesía de Aurelio Arturo… pero ¿Arturoc…?
Escuché que le dijo a Lucy que lo dejara cocinar. Le quitó el delantal como si la desnudara y volvió a besarla con tanta duración e intensidad que media hora después yo estaba seguro de dos cosas: que ese tipo y mi amiga se amaban ilimitadamente y que fuera lo que fuera lo que estaban preparando, ya estaba convertido en cenizas.
–¿No es maravilloso? –preguntó Lucy, llamándome a un brindis.
–Mientras sepa cocinar…, le dije–. Salud.
–Ay, Álvarez, usted no deja nunca esos chistecitos pendejos… Claro que sabe. También limpia la casa, la arregla, hace el mercado…
¿Novio o mucamo? Algo así como el hombre ideal que todas buscan, un grupo privilegiado del cual hacemos parte muy pocos.
–No solo es el hombre ideal, si eso es lo que estás pensando, dijo Lucy–. Es amoroso, detallista y (lo miró ansiosa) un amante intenso, insaciable, incansable…
Yo estaba pensando en la comida. Y por eso me pareció raro cuando Lucy terminó diciendo algo así como “y cuando lo recargo, no te imaginas”.
No entendí lo del recargo. ¿Un gigoló? ¿Un pospago? Uno nunca sabe…
–Es un robot,me dijo, como en un llamado a la obviedad–. Inteligencia artificial. ¿No te diste cuenta?
Yo recordé la mano metálica, el hablado digital, el beso del dragón.
Obvio.
–No, le dije–. No me di cuenta.
–Me cansé de los hombres, Álvarez. De sus celos, de sus bobadas, de sus infidelidades… de sus cansancios, de su desesperante falta de interés para lo que les hablamos las mujeres. Y mandé a hacer a Arturoc.
Lo mandó a hacer…
–Soy la mujer más feliz del mundo. Tiene una memoria perfecta. Se acuerda de todo lo que le digo. Y me escucha. Y cuando me aburro de él, lo apago.
No volví a hablar en toda la noche mirando al pobre Arturoc.