Una de las características de la vida colombiana es la tendencia a convertir al país en prisionero de falsos dilemas. Guerreristas o pacifistas, Estado o mercado, empresa privada o inversión pública, desarrollo o medioambiente, apertura o sustitución de importaciones, izquierda o derecha, protección o libre mercado, y, más recientemente, amigos o enemigos de la paz.
Para no ir más atrás en la historia, vivimos en medio de las mencionadas trampas conceptuales. Si las consecuencias de que tal cosa haya ocurrido, y siga sucediendo, fueran apenas haber dejado un legado de sesudas controversias conceptuales, serían escasos los motivos de preocupación. Para infortunio de todos, sin embargo, el resultado son las fracturas que afectan la salud de las instituciones. En muchas ocasiones ellas son imperceptibles, pero el efecto dañino se produce, en todo caso.
Con el fin de ilustrar lo que sucede, traigamos a colación una de las más preocupantes deformaciones que se padecen actualmente en Colombia. Olvidando que el Presidente de la República es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y tiene el deber de preservar el orden público, cuando acude a dichas fuerzas legítimas para cumplir con las obligaciones que le son propias, se lo tilda, desde diversas orillas, de guerrerista. La misma increpación se le hace a los ciudadanos que piden la actuación de aquellas, dejando de lado que tienen ese derecho.
Igual ocurre con las otras disyuntivas señaladas antes, como si todo fuera blanco o negro y no existiera el color gris en distintos matices, que es el escenario del mundo real. El Estado tiene que estar presente y el mercado actuar; la inversión pública es indispensable para la creación de bienes sociales y es necesario generar condiciones para que el sector privado florezca; el país requiere su desarrollo y el medio ambiente debe preservarse. En resumen, se trata de conseguir lo uno y lo otro, no de enredarse en la telaraña de opciones que no se excluyen por cuanto son objetivos imprescindibles.
Infortunadamente, lo que prevalece en los debates son los señalamientos, en lugar de las contribuciones razonadas y propositivas. Algunas reacciones, varias de ellas francamente sorprendentes, frente al llamado a firmar el manifiesto la paz que queremos, ponen nuevamente en evidencia las nefastas consecuencias del culto a los falsos dilemas. Colocar a disposición de la gente un documento de forma pública, pacífica y democrática, con el fin de que lo suscriba quien desee hacerlo, ha sido objeto de descalificaciones inadmisibles.
De todo ha habido. Hasta intentos fallidos de desacreditarlo, desde las alturas del poder, con ofensas inaceptables. Y el contenido ni siquiera se analiza por parte de quienes lanzan los guijarros. Los iracundos voceros de la descalificación de la legítima iniciativa ciudadana, apenas atinan a decir que las preocupaciones de miles y miles carecen de sentido. ¡No hay derecho! Colombia necesita un rumbo distinto. El de la tolerancia, el debate razonado y sereno, y la búsqueda de soluciones adecuadas, que sean fruto de la controversia constructiva. Nada le hace más daño al país que la intolerancia estéril, improductiva y antidemocrática.
Carlos Holmes Trujillo G.
Excandidato a la Vicepresidencia
carlosholmestrujillog@gmail.com
columnista
Memorial contra la intolerancia
POR:
Carlos Holmes Trujillo García
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