A mediados de la década pasada, al igual que en los años 70, el tema económico era la estanflación en las economías avanzadas como EE. UU.
El huracán Katrina (2005) y su devastador efecto sobre muchas refinerías amenazaba con generar más altos precios de la gasolina, que llevarían tanto a una caída en el ingreso disponible de los hogares y su capacidad de consumo como a aumentos de la inflación. Esa posibilidad, junto con los aumentos de las tasas de interés de la Reserva Federal, liderada por Greenspan, generaron en el 2006 un pánico financiero en los mercados, que veían la probabilidad creciente de una recesión.
Desde el 2001, la expansión monetaria de las principales economías había generado prolongadas bajas tasas de interés en el mundo desarrollado y ayudado a debilitar mundialmente el dólar. Un resultado indirecto del dólar débil fue el encarecimiento de las materias primas.
En la mayoría de economías avanzadas, los altos precios de bienes energéticos les significaban una transferencia de riqueza hacia las economías emergentes exportadoras de dichos bienes. Ello fue uno de los factores que debilitó el ingreso en los países avanzados y aumentó la propensión al endeudamiento de los hogares, aunque no el único.
A mediados del 2007, fue necesario afrontar los primeros indicios de una crisis inmobiliaria, lo que generó reducciones mayores en las tasas de interés en EE. UU.
El debilitamiento del dólar se hizo, entonces, más fuerte y, a mediados del 2008, ayudó a alcanzar un precio récord histórico del petróleo.
Desde la quiebra de Lehman, la necesidad de los bancos centrales de aumentar la liquidez en las economías avanzadas ha ido en asenso. Por razones fiscales y de mercado, la inyección ha sido a través de la compra de deuda de los gobiernos y de los títulos de deuda hipotecaria.
En la coyuntura actual, se propone hacerlo para: mantener el acceso a financiación en los mercados a los gobiernos, estabilizar la solvencia de los bancos con ingentes inversiones en dichos títulos, y evitar un creciente riesgo de contagio que lleve a una recesión y deflación mundial.
Es decir, evitar una parálisis del consumo y un aumento adicional del desmesurado desempleo.
Pero nuevas inyecciones de extraliquidez mundial, en un contexto de muy bajas tasas de interés, llevan a los mercados a anticipar mayores flujos de inversión en materias primas como petróleo y a elevar su precio.
Para las economías avanzadas, tan alta liquidez tiene un costo asociado, como en el pasado, al transferir su riqueza a través de adversos términos de intercambio. Para muchos, ese costo es menor que los de una nueva crisis financiera global.
Para Colombia, la situación determinada por factores externos debería ser la premisa para un acuerdo económico nacional de fondo.
El debilitamiento del dólar y el euro (fortalecimiento del peso), altos precios de materias primas y consecuencias adversas para las ventas externas de otros bienes preocupan a todos. Sin embargo, el debate sobre desindustrialización no debe hacerse de espaldas al dictado internacional, pues se avisora mucho más complejo que un acuerdo sobre política cambiaría.
Daniel Niño Tarazona*
Consultor privado
d.ninotarazona@yahoo.com