Tal vez la mayor sorpresa relacionada con la economía, en lo que va del 2018, es la revaluación registrada por el peso colombiano. Como es sabido, la tasa representativa de mercado para hoy es de 2.705 pesos por dólar, lo que no se veía desde hace tres años.
La explicación más usada por los especialistas es que el aumento en las cotizaciones del petróleo, de lejos el primer renglón de las exportaciones, es la causa primordial de lo ocurrido. Sin embargo, hay quienes le achacan la caída en el valor de la divisa estadounidense a la llamada economía subterránea.
El planteamiento es que en un país en el que se dispararon los cultivos de coca, se multiplicaron también los ingresos provenientes del narcotráfico. Esa supuesta afluencia masiva de dólares no solo impulsa el contrabando hasta la estratosfera, sino que aumenta de manera tan notoria la oferta de billetes emitidos por el Tesoro norteamericano, que la apreciación del peso es inevitable.
Aunque atractivo, el argumento no tiene base técnica. La semana pasada, el gerente del Banco de la República cuestionó la presencia de una supuesta bonanza de origen ilegal y afirmó que se ha sobreestimado el papel del narcotráfico.
Dicho planteamiento no desconoce que la actividad existe y que en algunos departamentos tiene alta incidencia. A pesar de ello, su impacto macroeconómico es limitado, como se ve en algunas cifras.
La cuenta más sencilla se puede hacer con base en la información publicada. De acuerdo con el gobierno de Estados Unidos, en el 2016 se cultivaron 188.000 hectáreas de coca en Colombia, lo que dio un potencial de 910 toneladas de cocaína. El valor de mayorista –según se desprende de la negociación que habría hecho ‘Jesús Santrich’ con uno de los carteles mexicanos– es de 1,5 millones de dólares por tonelada, con lo cual la cosecha de ese año habría generado ventas brutas por 1.365 millones de dólares.
Dicho cálculo puede estar inflado, pues desconoce que las incautaciones de droga por parte de las autoridades ascendieron a casi la mitad de la cocaína manufacturada. Si se asume que el pago del ‘polvo blanco’ se hace contraentrega, la suma que llegó al país habría sido mucho menor.
Todavía no se publican los datos para el 2017, aunque los reportes extraoficiales hablan de un alza cercana al 20 por ciento en el área sembrada. Una regla de tres da que las exportaciones potenciales valdrían 1.638 millones de dólares, asumiendo que cada gramo que se elaboró, acabó vendiéndose en el exterior.
Las sumas mencionadas son importantes, pues superan el monto de lo que exportamos en flores o banano. No obstante, representan menos del 0,5 por ciento del Producto Interno Bruto o están por debajo del 3 por ciento de lo que recibimos por la combinación de ventas externas, inversión extranjera y remesas de colombianos en el exterior.
Por otro lado, las encuestas que se hacen entre los industriales muestran que el contrabando no es el principal problema que los aqueja, con excepción de aquellos fabricantes de confecciones, textiles y calzado. A su vez, los reportes del sector agrícola tampoco hablan de un auge de consumo en las zonas de cultivo, sin desconocer que en partes de Nariño o Norte de Santander hay miles de familias que dependen de la actividad. En el 2010, una investigación del académico Daniel Mejía calculó que el peso de todas las actividades relacionadas con la droga ascendía al 2,3 por ciento del Producto Interno Bruto.
En conclusión, no hay base para decir que Colombia es una “narcoeconomía” o que la revaluación del peso se explica por cuenta de la mayor producción de cocaína. Ese no es un llamado a bajar la guardia en la lucha contra dicho flagelo –que financia grupos violentos como el que dio muerte a los tres periodistas ecuatorianos la semana pasada–, sino un ejercicio para poner las cosas en contexto, sin tener que buscar al ahogado río arriba.
Ricardo Ávila Pinto
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@ravilapinto