Una vez más, los ojos de los analistas estarán dirigidos en el día de hoy hacia la sede del Banco de la República en Bogotá, con motivo de la sesión mensual de junta directiva. Aunque se trata de la cita usual, la expectativa es más elevada que en otras ocasiones, pues los expertos consideran que se encuentran dadas las condiciones para un recorte importante en la tasa de interés que les cobra el Emisor a las instituciones de crédito por darles liquidez temporal y cuyo nivel está en 7,25 por ciento anual.
Los argumentos para quienes defienden la necesidad de un descenso en el costo de esos recursos –que eventualmente se les extiende a los usuarios del crédito– son varios. El más fuerte de todos es que la inflación de los últimos 12 meses muestra una clara tendencia a la baja, pues va en 5,2 por ciento después de haber llegado a 9 por ciento en julio del 2016. Especialmente importante fue lo sucedido en febrero, cuando la senda descendente no varió, a pesar de que el incremento de tres puntos en el IVA se sintió de manera plena en ese periodo.
'Hay un riesgo bajo de un rebrote de la inflación, mientras los reportes que provienen de varias actividades
son inquietantes'
Como consecuencia de esa sorpresa, las expectativas con respecto al aumento en el valor de la canasta familiar se han moderado, algo que se ve reflejado en la rentabilidad exigida por los inversionistas en los títulos de deuda pública. Todo hace pensar que es cuestión de tiempo antes de que el ritmo de los precios vuelva al redil fijado por el Banco, que es un rango entre dos y cuatro por ciento anual.
Teniendo en cuenta que el riesgo de un rebrote inflacionario es moderado, no estaría de más que el Emisor le dé una mano a la demanda interna. Los datos a la mano sugieren que el arranque del 2017 fue francamente malo. Son varios los industriales que hablan de caídas de doble dígito en sus ventas, mientras que diferentes segmentos comerciales reportan una inquietante falta de dinamismo.
La apatía de los compradores probablemente está ligada al desplome en la confianza del consumidor, que continúa por los suelos. El efecto de la reforma tributaria, sumado al frenazo de la economía, se combina con el golpe en el ánimo que viene de los escándalos de corrupción. La menor credibilidad en dirigentes e instituciones hace que la gente no se lleve la mano al bolsillo, tras considerar que, como reza el refrán, el palo no está para cucharas.
Una disminución en los intereses podría estimular el apetito a la hora de adquirir bienes o tomar decisiones de inversión. En cambio, si el desgano se prolonga aumenta el peligro de que comience un círculo vicioso que llevaría a mayores tasas de desempleo y un descenso en el volumen de la población ocupada, que a su vez recortaría gastos de manera más contundente.
No menos importante es evitar el deterioro de ciertos indicadores. Enero trajo consigo una desmejora en la calidad de cartera bancaria, que llevó a encender las luces de alerta. La colocación de nuevos préstamos también se ha ralentizado, y si se descuenta el efecto de la inflación, es evidente que en categorías como la de préstamos comerciales hay un bajón en términos reales.
En consecuencia, a la economía colombiana le sucede por estas fechas como a aquellas personas que de pronto sufren dificultades para respirar y necesitan que se les afloje la ropa para recuperar el aliento. Vale la pena entender, claro está, que aquí puede haber una enfermedad mucho más seria que no se cura solamente con desabotonarse el chaleco, por lo cual el remedio no necesariamente está en las manos del Banco de la República.
Sin embargo, si la lógica funciona, un estímulo decidido serviría para que las actividades productivas recuperen, de forma paulatina, el rumbo perdido y se logren cumplir los presupuestos del año. Mantener el cinturón apretado en las actuales circunstancias hace más daño que bien y puede obligar a que, en unos meses, sea necesario un tratamiento más complejo para insuflarle aire a la demanda interna.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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