No ha pasado mucho tiempo desde aquellos años en los que Colombia era un destino poco apetecible para los capitales foráneos. Tanto los problemas de seguridad del país como el mediocre desempeño de su economía, nos quitaban atractivo frente a otras naciones latinoamericanas que despertaban un mayor interés.
Ahora las cosas son distintas. Tal como lo confirmó ayer un informe de la Cepal sobre el comportamiento de la inversión extranjera directa en la región, en el 2017 fuimos el tercer receptor más grande, siendo superados tan solo por Brasil y México. Frente a una caída del 23 por ciento en el ámbito global y del 3,6 por ciento en el de América Latina, el aumento de 0,5 por ciento que registró el país hasta 13.924 millones de dólares, se ve decoroso.
La explicación puntual de por qué logramos ir en contra de la corriente es una: el laudo arbitral que condenó a las dos principales compañías de telefonía móvil a pagarle a la nación 4,3 billones de pesos por una cláusula de reversión de activos pactada en los contratos celebrados en 1994, llevó a que estas aumentaran su capital de manera inesperada. De otro lado, la recuperación en los precios del petróleo ayudó a que el sector de hidrocarburos recibiera algo más de recursos que en los dos años previos.
También vale la pena destacar que el segmento de las manufacturas atrajo 2.523 millones de dólares, el monto de mayor cuantía en más de una década. Sobre el papel, la distribución de lo ingresado muestra una diversificación que bien podría calificarse de saludable.
No obstante, queda la duda sobre si esa tendencia se va a mantener. De acuerdo con los números de la balanza cambiaria que publica el Banco de la República, hasta el pasado 15 de junio el acumulado iba en 3.611 millones de dólares, 358 millones menos que en igual periodo del 2017. La diferencia es que ahora el renglón de hidrocarburos y minería representa el 81 por ciento de esa suma, lo cual muestra una gran falta de apetito hacia otras actividades.
Esa es precisamente nuestra gran debilidad. De acuerdo con la Cepal, los flujos de inversión extranjera directa que llegan a esta parte del mundo están menos concentrados en recursos naturales y más en industria y servicios. Energías renovables o producción de automóviles son dos campos que reciben sumas cuantiosas, como se observa en Chile o en Brasil, pero en ninguno de esos casos somos jugadores importantes.
Debido a ello, el reto de atraer capitales con destino a un abanico más amplio de actividades sigue presente. Un ejemplo muestra el tamaño del desafío: dado nuestro potencial en producción de alimentos, resulta fácil creer que aquí hay grandes posibilidades de llamar a inversionistas foráneos, pero la falta de seguridad jurídica o las zonas grises en lo que corresponde a los títulos de propiedad de la tierra, se convierten en obstáculos serios.
Así las cosas, el próximo Gobierno debería asumir el desafío de lograr que llegue más dinero de afuera con destino a proyectos productivos que ojalá vengan acompañados de transferencia de tecnología. Es cierto que nadie hace apuestas cuantiosas sin esperar una rentabilidad atractiva, pero en las cuentas que haga el país vale la pena incluir los impuestos que se recaudan o el empleo formal que se genera.
Debido al tamaño del mercado interno y los tratados de libre comercio suscritos, es previsible que los registros de inversión extranjera en Colombia seguirán siendo importantes en el futuro. De aquella nación que muchos preferían evitar hemos pasado a ser un punto destacado en el mapa. Ahora el desafío es cómo hacer para que esos fondos sean, como dice la Cepal, “fuentes de mayor productividad” y que se traduzcan en un “crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible”.