El año que viene de terminar estuvo marcado por un pesimismo colectivo que acabó siendo contrario a las expectativas que tenían buena parte de los analistas. Los más entusiastas creían que la administración Santos aprovecharía los avances en materia de paz y reconciliación para fortalecer su legado e impulsar áreas de ejecución como la infraestructura.
No obstante, a pocos días de finalizar el 2017, el Gallup Poll ratificó que siete de cada diez personas, en las cinco ciudades más grandes, creen que las cosas en el país van empeorando. Al respecto, más de un observador internacional se sorprendió después de constatar que la dejación de las armas por parte de las Farc no dio lugar a un entusiasmo colectivo, ni tampoco se tradujo en un auge del consumo o la inversión, que anduvieron por el carril lento y determinaron la floja marcha de la economía.
Esa manera de ver la realidad a través de un lente bien oscuro se convirtió en la constante. La reducción en los homicidios y la violencia en general no alcanzaron a compensar para muchos el fortalecimiento territorial de las disidencias y las bandas criminales ni el rechazo a la participación en política de los guerrilleros desmovilizados. Las posiciones soberbias e insensibles de los excomandantes exacerbaron los sentimientos negativos de la gente.
Dos factores adicionales hicieron todo más difícil. Los escándalos de corrupción afectaron, de hecho, a los tres poderes públicos. Sin el conflicto interno en sus niveles tradicionales, la venalidad se convirtió en la máxima preocupación para los ciudadanos. No en vano, cuando se examinan los sondeos que miden la favorabilidad de aquellos que aspiran a ceñirse la banda presidencial el próximo 7 de agosto, salta a la vista que hay aspirantes que ganan puntos porque prometen que no habrá “más de lo mismo” en el manejo de los asuntos públicos y la distribución de la chequera gubernamental.
Por otra parte, es indudable que la actividad productiva siguió acusando el golpe del desplome en los precios de los bienes primarios que exportamos. Aunque las cotizaciones del petróleo comenzaron a caer desde mediados del 2014, las réplicas de semejante terremoto se sintieron hasta el año pasado. La inversión estatal viene cayendo en términos reales, y aunque la opinión popular es que esos recursos se desperdician, lo cierto es que su ausencia afecta negativamente la marcha de la economía. Para colmo de males, el alza en la tarifa del IVA tuvo consecuencias sobre la demanda interna, más allá de la necesidad de mantener la casa en orden desde el punto de vista fiscal.
Así las cosas, el 2018 comienza con una serie de interrogantes importantes, que se irán resolviendo con el paso de los meses. Hablar de un horizonte despejado es imposible, por lo menos en la primera mitad del año que arranca.
La mayor fuente de incertidumbre, sin duda, tiene que ver con la política, pues más allá de que se haya decantado el grupo de aspirantes a la primera magistratura, el debate en forma apenas comienza. Puesto de otra manera, lo que ha sucedido hasta ahora bien podría describirse como una serie de escaramuzas sin que se produzcan las batallas importantes que marcarán tendencias más claras.
Aunque en abstracto se puede hablar de una confrontación entre izquierda y derecha, la pregunta de fondo es si esta va a tener lugar desde los extremos o desde el centro. Un clima de antagonismo ideológico que perpetúe la polarización de los últimos tiempos podría ocasionar que decisiones clave se pospongan. En cambio, si el sector privado piensa que puede trabajar con cualquiera de los finalistas más opcionados, más allá de sus matices, empezará a mirar hacia adelante. Y ese sería el escenario más propicio para la recuperación de la economía colombiana.