La edición número 48 del Foro Económico Mundial, que concluyó la semana pasada en Davos, forma parte ya del recuerdo. Uno que otro interesado accederá a ver los paneles presentes en el ciberespacio, pero la mayoría del público habrá pasado la página a la espera de nuevas noticias.
Sin embargo, vale la pena detenerse un poco y entender algunos de los mensajes emitidos en Suiza. En un país como Colombia, que tiende a mirarse al ombligo con demasiada frecuencia, es fácil ignorar las señales de afuera, lo cual puede llevar a tomar decisiones equivocadas en lo público y lo privado.
De tal manera, es importante insistir en que la economía del planeta registra sus mejores números en mucho tiempo. El buen ritmo de Europa y Estados Unidos, se combina con la velocidad que registran China e India, que entre las dos albergan más de 2.500 millones de personas. Gracias a esas circunstancias, los precios de las materias primas suben, lo cual crea un círculo virtuoso que nos beneficia. La mejora en nuestras perspectivas, se enmarca dentro de esa realidad.
A pesar de ello, la época del dinero barato se está terminando. Cada vez es más claro que la inflación se acerca a sus parámetros históricos, lo cual llevará a tasas de interés más elevadas. Tanto para el sector público como para el privado, endeudarse tenderá a ser más costoso, ante lo cual hay que tener los ojos bien abiertos. Falta ver qué hacen los bancos centrales, pero quien crea que seguirá habiendo recursos para dar y convidar se puede llevar una sorpresa desagradable.
Por otra parte, las señales que envía Estados Unidos son inequívocas. Alguien puede pensar que se trata de una táctica negociadora, pero el aumento de los aranceles a paneles solares y lavadoras, decidido por Washington, responde a la filosofía de Trump y cae bien en el público norteamericano. En la medida en que se acercan las elecciones legislativas de noviembre y el Partido Republicano trata de conservar sus mayorías en ambas cámaras, aumenta la posibilidad de que se adopten medidas unilaterales para congraciarse con la ciudadanía.
Debido a ello, nos corresponde jugar bien las cartas en materia comercial, pues podemos salir damnificados si el Tío Sam tensa la cuerda. La decisión de ampliar la membresía de la Alianza del Pacífico y entrar a sumarse a las once naciones que van a firmar el TPP en marzo es la correcta, aunque también aquí el péndulo de la opinión nacional cuestiona la conveniencia del libre comercio, pues registra sus costos, pero no sus beneficios.
América Latina no despierta el mismo entusiasmo de antes. Otras regiones avanzan más rápido, al tiempo que quienes nos miran desde afuera dicen que seguimos con una larga lista de tareas pendientes, refundidas por cuenta del populismo y la falta de espacio de los gobernantes.
No obstante, si los resultados de las elecciones previstas para estos meses en Colombia, México y Brasil desembocan en gobiernos comprometidos con hacer las cosas bien, hay posibilidad de volver a ganar visibilidad en el Foro Económico con el fin de atraer inversiones. Ello obliga a que las administraciones que vienen entiendan que la globalización crea audiencias más allá de las fronteras, a las cuales hay que llevarles historias positivas y oportunidades de negocios.
Tampoco hay que menospreciar la mirada que en Davos recibe el desafío de la tecnología. Más que deseable, la cuarta revolución industrial es inevitable, por lo cual deberíamos pensar con mayor dedicación en cómo vamos a responder a los desafíos que vienen, en lugar de ignorarlos. Por ejemplo, el mentado blockchain puede servir para llenar los vacíos que tenemos en materia de propiedad de la tierra y evitar los abusos del pasado, pero si lo urgente se sigue anteponiendo a lo importante, el futuro nos atropellará.