Cualquier observador desprevenido habría podido pensar que el Congreso Cafetero, que terminó la semana pasada en Manizales, fue la ocasión para darle una ovación cerrada a Juan Manuel Santos. A fin de cuentas, el Presidente, que aprovechó el momento para despedirse del gremio, no solo ha estado vinculado a los asuntos del grano a lo largo de buena parte de su vida profesional, sino que su Gobierno es el que más recursos le ha dado a la caficultura.
Los frutos de ese esfuerzo saltan a la vista. Gracias a los subsidios dirigidos a la renovación de los plantíos, la producción interna se recuperó de cerca de ocho a más de catorce millones de sacos. La viabilidad del sector, que llegó a estar en entredicho por cuenta de los altos costos y los bajos rendimientos, parece asegurada, sin desconocer que todavía existen múltiples obstáculos en el camino.
La situación de los cultivadores, sin duda, es buena. A pesar de un bajón sorpresivo en noviembre, la mezcla de los volúmenes actuales, con una coyuntura de precios aceptable, deriva en que el valor de la cosecha en el 2017 supere los ocho billones de pesos, un monto sin precedentes. Como lo muestran diferentes estadísticas, la actividad ha sido clave para que la economía logre sobreaguar a pesar del viento en contra.
Sin embargo, y más allá de que el tono registrado en la capital de Caldas podría describirse como cordial, la lista de quejas y preocupaciones es larga. Para comenzar, la situación de las finanzas del Fondo Nacional del Café dista de ser la mejor, con lo cual los recursos para continuar con los planes de renovación no se están acomodando a las metas establecidas.
De tal manera, este año el área nueva sembrada con variedades más productivas debería ascender a unas 70.000 hectáreas, unas 30.000 por debajo de lo establecido. Tal como van las cosas, los conocedores señalan que los sueños de llegar en el 2020 a una producción de 18 millones de sacos no se van a cumplir. Es verdad que hay un compromiso de vigencias futuras, pero más de uno toma esa promesa con un grano de sal, pues viene de una administración que está de salida.
Para colmo de males, las presiones de la caja no ayudan. Desde hace rato los cafeteros vienen pidiendo que el Ejecutivo les dé una mano con el pago de los pasivos pensionales provenientes de la liquidación de la Flota Mercante Grancolombiana, pero la cuenta de 60.000 millones de pesos anuales supera las posibilidades del Ministerio de Hacienda.
Por otra parte, hay preocupaciones que no cesan. Una de ellas es la recolección del grano, que más allá de la imagen romántica de la chapolera, representa una elevada proporción de los costos. Por estos meses, la inmigración venezolana ayudó a superar los cuellos de botella en mano de obra, pero el reto de incorporar la tecnología, sin desmedro de la calidad, sigue vigente.
Al mismo tiempo, asuntos relacionados con la investigación científica o con métodos de comercialización distintos, volvieron a escucharse. Es cierto que el consumo global no deja de aumentar y que los colombianos también toman mucho más tinto que antes, pero la competencia es intensa y el punto de equilibrio de Colombia está por encima del de otras regiones.
Tal vez por ello, el de la semana pasada no fue precisamente un ambiente de fiesta, aunque tampoco de alarma y crisis. Los cafeteros saben que no se pueden quedar de brazos cruzados y requerirán del apoyo de sucesivos gobiernos.
Estos deberían respaldar la actividad por su importancia en materia económica y social, a sabiendas de que la gratitud política no existe. Que lo diga Juan Manuel Santos, cuyo apoyo a los caficultores no se tradujo en respaldo a sus propuestas en las urnas.