Mientras la mayoría de los mercados bursátiles muestra tendencia al alza en lo que va del año, en el segmento de las criptomonedas, el parte es bien diferente. La más conocida de todas, el bitcóin, descendió ayer de manera pronunciada, ubicándose por debajo del límite simbólico de 10.000 dólares, cerca de la mitad de lo que llegó a valer en diciembre. En las dos jornadas pasadas, la caída es de un tercio frente a los niveles del lunes, algo que bien se puede describir como una descolgada.
En respuesta, no faltará quien diga que es muy temprano para expedirle la partida de defunción a un activo que, de manera repetida, ha desafiado las leyes de la gravedad. A fin de cuentas, hace un año la criptomoneda se transaba en cercanía de los mil dólares, por lo cual quien haya entrado al partido en ese momento, todavía puede hablar de rentabilidades que superan con creces las de cualquier otra opción lícita.
Aun así, no cesan las advertencias de los expertos en el sentido de que esta es una opción meramente especulativa, en la cual, tal como se pueden hacer fortunas de la noche a la mañana, también se puede perder hasta la camisa. La admonición es válida a la luz del entusiasmo que esta opción despierta en las personas del común: alguien habla de un conocido que multiplicó su dinero y los demás quieren ser invitados a la fiesta, con la ilusión de que les pase lo mismo.
Irónicamente, eso es lo que requiere el sistema para inflar una burbuja que realmente no tiene un aire diferente al que le proveen sus seguidores. Aunque el blockchain –o cadena de bloques– es una tecnología con múltiples aplicaciones prácticas, sobre todo para aquellas empresas o gobiernos que desean almacenar información valiosa en el ciberespacio, es cuestionable que las criptomonedas que usan esa plataforma sustituyan al dinero de curso legal que emiten los países.
Las razones son múltiples y van desde motivos de soberanía, hasta de control tributario. Es verdad que hay un puñado de economías que decidieron adoptar el dólar por motivos prácticos ante la necesidad de luchar contra la inflación, como es el caso de Panamá o Ecuador. También existen naciones que optaron por disminuir los costos de transacción y hablar el mismo idioma en cuestiones monetarias, tal como sucedió con el euro. Pero en ambos casos, hay instituciones, además de sistemas de regulación y seguimiento que permiten que las autoridades puedan seguirle la pista a sus ciudadanos.
No menos importante, es el riesgo de una debacle. Las estadísticas disponibles sugieren que en Corea del Sur uno de cada diez adultos decidió apostarle a esta especie de ruleta.
Un derrumbe de todo el sistema se traduciría en el empobrecimiento de millones de hogares, razón por la cual Seúl estudia la posibilidad de introducir normas estrictas con el fin de aplicar correctivos a tiempo.
Por tal razón, vale la pena escuchar las alertas de los conocedores que, en su mayoría, hacen sonar la alarma ante un auge cuyos fundamentales no son otros que la codicia y el afán del dinero fácil. Es probable que el descenso de los últimos días se revierta, pero la predicción generalizada es que el desenlace de esta historia no será bueno y dejará a muchos tendidos en el camino.
Y si lo anterior no es suficiente, siempre es conveniente mirar los comportamientos irracionales como el que llevó a que las acciones de una empresa de bebidas estadounidense llamada Long Island Iced Tea subieran 500 por ciento cuando cambió su nombre a Long Blockchain, algo similar a lo que le sucedió a Kodak. En ambos ejemplos, la promesa es explorar oportunidades, pero la una seguirá vendiendo refrescos y la otra servicios relacionados con imágenes. Todo lo demás es por cuenta de una burbuja especulativa que se acabará reventando, tarde o temprano.