El próximo domingo 11 de marzo, más de 36 millones de colombianos habilitados para votar están convocados a las urnas para elegir el nuevo Congreso. La Registraduría instalará más de 11.200 puestos de votación en los más de 1.100 municipios del territorio nacional. En la competencia por las curules del Senado hay 944 candidatos de 16 listas por la circunscripción nacional y otras 7 por las indígenas. Para la Cámara de Representantes se inscribieron 1.973 aspirantes en más de 360 listas.
Se ha convertido en un cliché hablar de la importancia ‘histórica’ de las elecciones parlamentarias. No obstante, aunque sea un mensaje trajinado, mantiene su pertinencia. Hace cuatro años, los comicios de marzo giraron en tono a la elección del ‘Congreso de la paz’. Efectivamente, el papel del Legislativo fue clave, tanto en la promoción del acuerdo con las Farc como, más recientemente, en la lentitud en el trámite de las leyes que implementan dicho acuerdo.
Por su parte, el Congreso que saldrá de las urnas este domingo tendrá sobre sus hombros la responsabilidad de legislar para la Colombia del posconflicto. Algunos puntos del acuerdo de paz con la guerrilla aún necesitan cimientos que solo el Capitolio puede proveer. Además, el proceso con las Farc abrió otros debates nacionales en los que el Parlamento es el espacio adecuado para que se den: las reformas rurales, los cultivos ilícitos y la participación política, entre otros.
No es fácil entusiasmarse con las elecciones parlamentarias. Según la más reciente encuesta Gallup, de febrero, el 84 por ciento de los colombianos tiene una imagen negativa del Congreso, el nivel más alto en 18 años de medición. Este desprestigio es estadísticamente equiparable al de las Farc, con una desfavorabilidad del 85 por ciento. A lo anterior se añade el hecho de que los partidos políticos, protagonistas y dueños del Legislativo, son, incluso, más impopulares: 89 por ciento de rechazo. El impacto que sobre la democracia colombiana tienen estos índices de desconfianza institucional es alto y carcome la legitimidad de esta rama del poder público.
No sorprende que solo el 44 por ciento del censo electoral, en promedio, participe en las elecciones al Congreso. A esto habría que sumarle el alto porcentaje de votos nulos y no marcados -cerca del 15 por ciento-, que se presentan por varios factores: falta de pedagogía, diseño complejo del tarjetón, expresión de rechazo. Al final, casi un tercio de los colombianos habilitados para votar terminan eligiendo a los congresistas.
Este domingo se votarán, también, dos consultas interpartidistas: la Gran Consulta por Colombia y la de Inclusión Social para la Paz. Mientras que la primera escoge entre candidatos a la derecha del espectro político, la segunda define aspiraciones de la izquierda. Independientemente del volumen de votación, ambas consultas impactarán el escenario de la campaña presidencial, que, a partir del próximo lunes, tendrá menos caras y mayor concentración de apoyos.
Tanto en la conformación del Congreso como en las dos consultas no es poco lo que está en juego. El nuevo balance de fuerzas políticas que surgirá este domingo influirá de manera directa en el ritmo y la profundidad del posconflicto y de la implementación del proceso de paz. La primera participación de las desmovilizadas Farc marcará la línea base para evaluar su capacidad electoral en las regiones donde hicieron presencia armada con miras a los comicios del año entrante. Asimismo, un eventual giro a la derecha o a la izquierda en las mayorías parlamentarias definirán cuáles posturas frente a la paz o la economía fueron premiadas por los colombianos y cuáles castigadas.
Por último, el Congreso de los próximos años será el escenario en el cual se debatirán y decidirán temáticas de urgencia para la economía del país, como la reforma pensional, la seguridad jurídica, la administración de justicia, la lucha contra la corrupción y los retos tributarios y de subsidios. Votar este domingo es no quedarse por fuera de esos cruciales debates.