Sobre el tema brasileño, a estas alturas del partido me queda difícil ser original, pues mucha tinta ha corrido.
Por mala información, después del susto que algunos pasaron en el momento de la sucesión a la primera magistratura del país más grande del mundo, del dirigente obrero Ignacio Lula da Silva, y se dieron las primeras señales de cambio, los aplausos comenzaron aquí y acullá: el milagro comenzaba a concretarse y los brasileños lo disfrutaban.
En un vasto territorio, poblado por miles de gentes, con una disponibilidad de recursos naturales casi inagotable, el país del fútbol se perfiló como la nueva economía que había ganado el derecho a llegar a los altos foros, en los cuales se discuten los grandes temas y se toman importantes decisiones en materia económica y política; su voz empezó a ser oída en todos los rincones del planeta.
Percatado de que la nación necesitaba un ajuste en el orden institucional, Lula le hizo el maquillaje, cambiando a varios miembros del gabinete.
Infortunadamente, este gesto no acabó por convencer a sus coterráneos, ni satisfizo la cansada opinión pública.
Digo cansada, porque, de hecho, la población seguía insistiendo en la enorme corrupción que caracterizaba a los miembros del alto Gobierno.
Para colmo de males, la llegada de la nueva líder, la presidenta Dilma Rousseff, siguiendo la misma línea de conducta intentó, con un brochazo, cambiar el panorama.
A poco andar se inició de nuevo el desbarajuste, ahora con el ingrediente de una corrupción desenfrenada, que ha llevado a varios miembros del gabinete a la cárcel.
En este escenario, Brasil se ha venido preparando para la celebración del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, eventos que demandan enormes inversiones y esfuerzos por parte de las arcas del país.
Si bien pueden ser discutibles los montos y tiempos de los desembolsos de los recursos requeridos para adecuar los escenarios, no ocurre lo mismo con la rentabilidad de estas inversiones, que deben quedar garantizadas para los efectos fiscales pertinentes.
Sobre este sencillo planteamiento, el Gobierno brasileño ha venido ejecutando su plan de acción, de forma tal que en el día señalado comience a rodar la pelota en los estadios seleccionados para la realización del evento.
Con lo que no contaba el Gobierno era que la clase menos pudiente, pero, al mismo tiempo, menos pobre, haría parte de la asonada, contra el evento símbolo de la actividad deportiva más apreciada por los brasileños.
Además, quién podía imaginar que el reajuste de 200 reales en el transporte masivo fuera el detonante de una protesta encubada por años y pendiente de ser atendida.
En extremo complicado me parece la situación de este problema, dado que por ninguna parte se encuentran las líneas que marquen los límites en materia de solución de conflictos, cuando de satisfacer necesidades no básicas se trata. Mejor dicho, cuando un país o una región tiene una gran cantidad de recursos naturales con los cuales se garantiza una producción creciente de bienes y, a la vez, una población en evolución y la modernización de la infraestructura en marcha, acompañada de la eliminación de la pobreza absoluta, no existe espacio de ninguna naturaleza que le dé margen a los gobiernos de responder a los reclamos que tienden a volverse insolubles e infinitos.
Un ejemplo tonto: si los jóvenes que hoy están en la protesta demandan un transporte super elegante, qué pasa si no les satisface la idea de andar en un modelo 2014. Buen ejemplo para Colombia.
Gabriel Rosas Vega
Exministro de Agricultura
rosgo12@hotmail.com