El cinismo, la arrogancia y la displicencia que frustran el progreso el país, están determinados por nuestro alter ego: ‘el doctor’; en ese título se escudan los burócratas de la patria boba, y se proyectan los tecnócratas de la economía del conocimiento.
El copioso primer grupo, ficticio, se conforma mediante concursos que pierden mérito por la pobre representación de instituciones acreditadas; de manera residual, la garantía de estabilidad –beneficio excepcional en nuestro siglo– queda destinada para quienes no son los mejores (siendo esto un eufemismo). Entretanto, los altos cargos del Estado, ocupados por mayorías de abogados, son elegidos mediante cambalaches, o procesos susceptibles de competencia desleal y clientelismo (aquí tendrán cuota los otrora insurgentes).
Respecto al segundo grupo, los indicadores de competitividad (WEF, 2017) registran déficit de doctores, porque los recursos que dedicamos a CT+I son escasos y no son adecuadamente asignados. La paradoja global es que la convergencia de políticas que promueven los estudios doctorales mercantilizó y comoditizó dicho grado.
A propósito, un artículo publicado en Nature (The PhD Factory, 2011) diagnosticó sobreoferta de doctores, desacreditados por la mediocridad de su producción intelectual (quedando incluso reducida al absurdo). Agrego a esto la desvalorización de tantos Honoris Causa que las universidades (prestigiosas) regalan a personalidades de la civilización del espectáculo, como la Ecole Nationale d’Ingénieurs de Francia a nuestro expresidente Uribe.
Entonces, es necesario evaluar las instituciones que doctoran, así como el propósito, impacto y la continuidad de las investigaciones que se patrocinan, pues una auditoría develaría malversación de recursos públicos (esto debería estar en el radar del Banco Nacional de Proyectos, de Planeación Nacional). Cuanto menos existen conflictos de intereses, como en Ser Pilo Paga, donde las universidades privadas y las multinacionales se lucran de la inversión y sus dividendos.
En detrimento de los intereses del país, la realidad es que muchos doctores inician sus viajes desconectados de nuestras necesidades, y tampoco regresan para reinvertir el capital intelectual que acumularon. Dicha conducta es censurable, por falta de civismo, y legitima el término ‘fuga’. Ex-post, la convocatoria ‘Es Tiempo de Volver’ (Colciencias) es insuficiente e insostenible; por esto propongo: a) estructurar un mercado público de innovación, en el cual se expongan (y valoren) problemas que justifiquen las investigaciones a financiar; b) construir un mapa de doctores colombianos que visibilice sus perfiles y facilite su interacción con nuestras empresas/instituciones. Además, las posiciones académicas/científicas son escasas, y pocas empresas establecen auténticas áreas de I&D+I, por lo que muchos doctores pueden estar frustrados, dedicados a actividades básicas o poco significativas, y c) debe abrirse una línea que financie el emprendimiento tecnológico, destinada exclusivamente a nuestros doctores.
Doctoras (es): su país no aguanta más, siglo tras siglo sin solución. Ustedes recibieron el poder de disolver problemas, asuman el dilema de su regreso y acepten el desafío de convertirse en nuestros héroes.