MARTES, 16 DE ABRIL DE 2024

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Germán Umaña Mendoza
columnista

No seamos tan ingenuos

El FMI y el BM son caricaturas multilaterales y antidemocráticas, empresas con accionistas (países) que toman decisiones según el porcentaje de participación.

Germán Umaña Mendoza
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Germán Umaña Mendoza

Somos muchos los creyentes en el fortalecimiento del multilateralismo en el marco de una democracia ampliada, de consensos, que conduzcan a la mejora de la gobernanza mundial. Desafortunadamente, nos han engañado sistemáticamente.

Lo anterior se inició a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando se crearon diferentes instituciones económicas, dizque para mejorar la gobernanza multilateral. La primera, el FMI, con el fin de controlar la cantidad de dinero existente en la economía mundial y poder establecer una relación confiable de la tasa de cambio entre las monedas de uso corriente en las transacciones internacionales y evitar la especulación.

De otro lado, se buscó establecer una bolsa de financiamiento para cubrir las carencias existentes tanto para la reconstrucción de las economías de Europa y Japón, como para el fomento de los países en desarrollo y se creó el Banco Internacional para la Reconstrucción y Fomento (Birf), hoy Banco Mundial. Se esperaba que fuera el oferente de recursos de financiamiento multilateral y poder así establecer una tasa de interés global promedio que generara confianza en los agentes económicos y evitara la especulación.

Pero no, a partir de allí los (nos) estafaron de manera continua. El FMI y el BM son caricaturas multilaterales y antidemocráticas, empresas con accionistas (países) que toman decisiones según el porcentaje de participación y, en ambas, con derecho a veto por los norteamericanos, todo lo contrario a los objetivos iniciales, y se dejó a ‘los gatos al cuidado del queso’.

Como en cualquier empresa privada, el grupo de dirección es nombrado por los principales accionistas y, por su puesto, cumplen con sus instrucciones. Por eso, el artículo VIII del Convenio Constitutivo del FMI determina que los países endeudados, para ser considerados con derecho a nuevo financiamiento, deben realizar programas de ajuste macroeconómico contenidos en un recetario común en las denominadas maléficamente “cartas de intención”. Claro, a Estados Unidos, el mayor emisor de dinero dudoso en el mundo, ni siquiera se le ronda.

Por su parte, el Banco Mundial no es una gran bolsa de financiamiento multilateral, es simplemente una pequeña ‘chuspa’ y un intermediario de la condicionalidad bilateral. Lo fue desde el siglo pasado, cuando la financiación para la reconstrucción (préstamo a la Gran Bretaña y Plan Marshall) se hizo por parte del imperio triunfante.

Dicha institución se convirtió en el representante de los accionistas mayoritarios y de aquel con derecho a veto, en la defensa jurídica cuasi absoluta de la inversión extranjera en el marco del Ciadi (Centro Internacional de Solución de Controversias sobre Inversión), organismo que es parte del Banco Mundial, en el cual, casi siempre, pierden las demandas los países en desarrollo (pregúntenle a Argentina, Ecuador, y próximamente Colombia). Ahora su mayor aliado para imponer un acuerdo multilateral de protección a las inversiones es la Ocde, y como en el ‘pilo paga’, Colombia aspira a ingresar ‘pobre y mal vestido’ a un club de ricos.

Y, con esos antecedentes, ¿todavía les sorprende que los empleados bien pagos falsifiquen informes de competitividad sobre Chile con motivos políticos, para favorecer a sus patronos? No seamos tan ingenuos.

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