El gran dilema de la economía colombiana es el de resolver la pregunta sobre cuál es su vocación de desarrollo y crecimiento hacia el futuro. Son demasiados los interrogantes y pocas las respuestas. Todo parecería reducirse a análisis mediáticos y de poco contenido, marcado por los intereses politiqueros y las elecciones presidenciales del 2018.
Hace ya varios años hablábamos del riesgo de la ‘enfermedad holandesa’, e incluso llegamos a afirmar que se encontraba presente en la economía colombiana. Bajaron dramáticamente los precios de los commodities: se desequilibraron las cuentas externas (déficit de la balanza comercial, corriente, caída de la inversión extranjera directa, aumento del endeudamiento externo y de su servicio), y, de otra parte, graves dificultades fiscales, producto de la disminución de las transferencias de los ingresos de las exportaciones al gobierno colombiano.
También nos preguntábamos ¿qué estamos haciendo para sustituir los ingresos que dejaremos de percibir? y ¿cuál será la orientación para fortalecer nuevos sectores productivos en la economía real en el sector agropecuario, la industria o servicios? Esas preocupaciones se ridiculizaron hasta el extremo por parte de los economistas, que priorizaban únicamente la macroeconomía, y se descalificaron despectivamente tachándolas de devaneos proteccionistas. Y, uno, de ingenuo se preguntaba ¿No hay que producir para repartir?
Cuando sobraban ingresos, los últimos gobiernos se comportaron como ‘populistas’ y nuevos ricos: subsidios sectoriales, ‘Familias en Acción’, contratación de puentes donde no hay ríos, obras inconclusas, ceguera o complicidad frente a la corrupción, elecciones regionales financiadas con las ‘coimas’ de las obras públicas, gasto desbordado, entre otros.
Cuando faltó el dinero y se vislumbró que las cuentas fiscales ya no cuadraban y el déficit aumentaría hasta niveles insostenibles: reformas tributarias que gravaron las clases medias y las actividades productivas empresariales, dejando intactos los privilegios del capital financiero y los de las rentas improductivas, y, finalmente, el IVA aumentó en tres puntos, gravando a todos los colombianos con más impuestos indirectos y regresivos.
Ahora, la discusión es con las comunidades, que aprendieron de la desgracia de otros y se niegan a aprobar la explotación de recursos mineros o petroleros en las consultas que realizan en sus territorios. Los verdaderos responsables de ese rechazo en los gobiernos amenazan con el desabastecimiento, y los populistas de un lado atacan a los populistas del otro. Cada mentira es del tamaño de una catedral y, lo peor, es que muchos nos las creemos.
Lo cierto es que no queda un camino diferente que el de construir consensos regionales y nacionales. Y para eso se necesita de buenas políticas públicas, responsabilidad empresarial y participación ciudadana. Es necesario exigir programas de gobierno que hablen y expliquen el por qué es necesario generar desarrollo sostenible, no discursos mediáticos que exacerben las bajas pasiones. El futuro lo definen los pueblos y los liderazgos sociales, no los caudillismos individuales.
Oigan, ¿ustedes no se cansan? No, no pueden, no podemos. Al país lo desangraron y, gústenos o no, tendremos que empezar a construir de nuevo. No hay ‘cantos de sirena’ solo una realidad tozuda que nos dice que seremos los arquitectos de nuestro propio destino.
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Oigan, ¿ustedes no se cansan?
El gran dilema de la economía colombiana es el de resolver la pregunta sobre cuál es su vocación de desarrollo y crecimiento hacia el futuro.
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Germán Umaña Mendoza
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