En el 2006, decía la prensa que Alberto Carrasquilla pensaba retirar el proyecto de reforma tributaria que como ministro había presentado al Congreso, porque algunos colegas –y hasta su propio jefe– lo estaban debilitando. Finalmente así fue y el funcionario se fue.
Hoy se desconoce el tan anunciado texto, pero es seguro que Carrasquilla no se irá porque parece existir consenso en gravar menos a las empresas y más a las personas, a pesar de que todavía se ignora el real impacto de la reforma del 2016. Esta incrementó significativamente el impuesto a las rentas de trabajo, limitando las deducciones y los beneficios, hecho que se evidencia a medida que se presentan las declaraciones del 2017.
Según los estudios de Anif , respetables y sustentados, la tarifa efectiva subió del 6% al 10% para ingresos de $10 millones por mes, y del 20% al 23% para los de $60 millones, lo cual permitió aumentar el recaudo del 0,7% del PIB en el 2016 al 1,6% en el 2017.
La reforma mantuvo el no pago de imporrenta para ingresos de $5 millones mes, pero el aporte obligatorio de 9% para seguridad social reduce el margen para gravar esas rentas. En los trabajadores independientes el efecto es aún más evidente, considerando los parafiscales del 11%. Seguro que esta situación no se va a paliar con el globo distractor del incremento del salario mínimo, lanzado por el senador Uribe al mejor estilo Maduro.
Similar situación encuentra Anif en los ingresos medios-altos, considerando que con el impuesto más la seguridad social se compromete entre 15% y 20% del ingreso total, y en los estratos altos, donde esas minoraciones alcanzan entre el 25% y el 28%. La Carta Financiera considera estas tasas muy cercanas a los niveles internacionales, más evidente aún para los trabajadores independientes, donde alcanzan el 32%.
Cuando se habla de gravar a las personas existe una obsesión por el impuesto a las rentas de trabajo, pero poca preocupación por las rentas de capital, en un país donde cerca del 80% de los empleados devenga menos de dos salarios mínimos. ¿Si se insiste en que las empresas deben pagar menos impuestos, pero no se pueden gravar los dividendos, la fórmula consiste en que no tributen las rentas empresariales? Aquí se especula mucho con las tarifas teóricas, pero en la práctica las ganancias después de impuestos siguen creciendo.
Según la Supersociedades, en el 2017 las mil compañías más grandes ganaron 14% más que el año anterior, alcanzando los $45 billones. Sus activos y patrimonios también crecieron a tasas importantes.
La gran evasión está en las prebendas otorgadas sin control, en especial las discrecionales, que empujan los lagartos en el Congreso para luego usufructuarlas mediante “asesorías”. Y las fugas de impuestos mediante sociedades de fachada, nacionales y offshore, que se utilizan para crear fraccionamientos, costos y deducciones amañadas, y triangulación de los precios en las ventas de productos de exportación.
¿Cuánto ha recaudado el fisco por impuestos en la venta de grandes compañías nacionales y de acciones en bolsa? Se decía que para estimular la desconcentración accionaria, pero no existen indicadores, quizá porque darían vergüenza.
Horacio Ayala Vela
Consultor privado
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