Si aún teníamos dudas de ello, la reciente encuesta de Fedesarrollo nos lo ha confirmado: la incertidumbre laboral es una condición de estos tiempos.
Si del total de las personas con trabajo en Colombia, únicamente el 36 por ciento tienen un contrato escrito (fijo o indefinido), y una cuarta parte del total de ocupados lo tiene indefinido, la informalidad es una realidad abrumadora.
Este 24 por ciento de contratos indefinidos son un grupo de privilegiados del sector privado.
La lucha por años del sector público por la carrera administrativa, y las ofensivas del poder judicial por su estabilidad a toda costa, también los ubica en esa misma condición de favorecidos, empezando por los jueces y magistrados que se dan sus mañas para cooptarse.
En esta singular anomalía reside la fortaleza del clientelismo en la administración pública, que provoca sumisiones y complicidades hacia el sistema político con tal de alcanzar el trofeo de un cargo oficial donde ‘haga o no haga, llega la paga’.
Pero lo que sigue es pésimo: según la encuesta, los contratos a término fijo fluctúan entre menos de 3 meses hasta un año.
Aquí cabe una reflexión para los head-hunters u oficinas de selección de personal: si las empresas han consagrado los contratos de breve tiempo, ¿por qué razón se rechaza a un aspirante que confiesa haber ocupado más de dos cargos en un año? Se rechaza sin misericordia por inestable a quien sólo ha sido una víctima condicionada del sistema temporal.
Como si fuera poco, las organizaciones exigen a estos contratistas de término fijo una alta motivación y sentido de pertenencia.
Esta es una equivocada pretensión que olvida la cuenta hacia atrás que hace el empleado a medida que paulatinamente se acerca la hora de su relevo.
Me falta un mes, me falta una semana, me faltan dos días… ¿qué puede esperarse motivacionalmente de quien así está pensando? ¿Cabe pensar que una mujer dé cuenta del acoso laboral recibido cuando concurren esos momentos previos al vencimiento de su contrato temporal?
La inestabilidad laboral ya se ha institucionalizado, según aquellas cifras de Fedesarrollo publicadas hace poco.
Este proceso, asociado con los desmanes que se cometen por medio de las Cooperativas de Trabajo Asociado al escamotear las prestaciones laborales, hace parte de las peores épocas de injusticia social. Como dicha inseguridad institucional se expande de modo inevitable hasta las familias, por esa vía encontramos la razón de muchos desarreglos y conflictos intrafamiliares.
Hace años Vivianne Forrester, autora del famoso libro sobre el horror económico –en el que cuestionaba los efectos de la globalización en el empleo mundial–, fue la primera en hablar de los indignados.
En 1997 decía que “no podemos perder nuestra capacidad de indignación cuando los conceptos actuales de trabajo y empleo se han vuelto ilusorios”. Y al señalar que no hay una crisis, sino una mutación, no de toda una sociedad, sino de toda una civilización, remataba: “lo más nefasto no es el desempleo, sino el sufrimiento implícito en el.”