Una estudiante de derecho me preguntaba hace poco si era posible que pudiera hacer con éxito una carrera en la política colombiana. Había recibido una invitación para acompañar a un amigo en las próximas elecciones de octubre y estaba preocupada por lo que pudiera ocurrir. Entonces le hablé de la pecera sucia.
Muchas empresas gastan enormes sumas de dinero en seminarios externos de cualquier cosa, con expertos en ella, para que los empleados aprendan a ponerse la camiseta, adquieran sentimientos de pertenencia y regresen preparados para mostrar notables competencias en el empleo. Es decir, los sacan de una pecera sucia y los mandan a una pecera limpia por unos pocos días. No obstante, cuando regresan al trabajo se encuentran con que nada ha cambiado allá adentro y que las cosas siguen como antes: vienen de recibir unas lecciones limpias, pero vuelven al ambiente duro e implacable de antes.
Al poco tiempo se dan cuenta de que se malgastó el dinero y el tiempo, pues, aparte de unas bellas frases, lo estudiado no ha servido para mucho. La política y la administración pública, con escasas excepciones, son una pecera que se ha venido ensuciando con el tiempo; han arrojado a ella muchas inmundicias y el agua ha adquirido un color deshonesto y obsceno.
Por sus afinidades con la política, la burocracia es una pecera sucia y quienes caen en ella, y reciben malos ejemplos, no vuelven a salir ilesos. Da grima ver algunos funcionarios de honrada ascendencia que se dejaron seducir por la burocracia con poder y terminaron nadando en trapisondas, casi sin darse cuenta de que los estaban manipulando con promesas y mentiras.
Lo malo es que el afán de lucro, consciente o inconscientemente, impulsa a muchas familias a aprobar que sus hijos se zambullan en la pecera ¡porque saben que allí habrá dinero de sobra para todos! Y lo aceptan así, confiadamente, pues allá adentro existe (hasta hoy) un salvavidas muy bien acondicionado: la impunidad.
Lo peor es que, después de vivir varios años en la pecera, esos moradores se quedan en ella porque se adiestran para lo oscuro y están acostumbrados a lo tramposo.
Muchas personas dicen abominar de la pecera sucia porque las matrículas están cerradas y no encuentran un cupo oportuno. Entonces se quedan al margen, delante de las ventanillas, auspiciando con sus actitudes cómplices a los que están adentro. Un padre, que me dijo haber pagado para que a su hijo no lo llevaran a la milicia, se disculpaba diciendo que todos los colombianos vivimos al borde de la pecera y que, por lo tanto, nadie puede atreverse a lanzar la primera piedra.
Fue entonces cuando le dije a mi sobrina, la estudiante de derecho, que su elección podía ser muy sencilla. Una persona con sus estudios fácilmente podía saber que la política es una profesión necesaria e importante en todos los pueblos, y no se la puede condenar en seco sin conocer los triunfos que ella depara cuando se la ejerce como los buenos gobernantes.
La decisión de la chica es posible entonces bajo estas condiciones. Sin embargo, me resultaba mejor explicarle mi analogía de la pecera sucia para que su dilema resultara más verídico.