En una vida anterior debí morir de sed, o algo similar, ya que cuando oigo la palabra sequía, entro en estado de pánico.
Llevo ya varias semanas con ansiedad, y los anuncios del Gobierno, en cuanto a que esta puede convertirse en la peor sequía en la historia de nuestro país, realmente me pusieron en un modo de apocalipsis.
Haber visto el fantástico documental ‘Colombia, magia salvaje’, me dejó aún más sensibilizada y alarmada sobre lo que está en juego.
De por sí, busco ser cuidadosa con el uso del agua, y en casa tengo todo un sistema armado para ese fin. Sin embargo, pensar que faltan seis meses más de sequía –y a un nivel más elevado– me tiene con los pelos de punta.
Ya los estragos del verano son evidentes y tengo momentos de angustia cuando pienso en mis caballitos zorreros pensionados y mis plantas sembradas para atraer colibríes. Pero más aún, me aterra tener que ver fotos de personas haciendo fila para recibir un balde de agua de un carrotanque, o de animales muertos de sed.
La impotencia es infinita, y es entonces cuando mucha gente cree que no hay forma de ayudar.
Tenemos mucha responsabilidad en hacer que el agua nos alcance hasta marzo, y más allá. Todos necesitamos cerrar las duchas, los grifos y también revisar que no existan escapes en las tuberías. Entre las notas de prensa sobre el tema, se señala que 43 por ciento del agua se desperdicia por fugas, lo cual es bastante impresionante.
Pero el asunto no debe parar en hábitos personales. Las empresas juegan un papel central en este esfuerzo, y no he visto incentivos, o hasta sanciones, para que en oficinas, restaurantes o comercios se busque imponer mejores prácticas. El malgasto del agua debe ser muy significativo, ya que, una vez fuera de la casa –donde la cuenta de agua nos puede castigar–, la tentación de olvidar el tema es alta.
En Colombia hemos sido cómodos en proteger nuestros recursos hídricos, ya que siempre han sido abundantes. Pero el cambio climático nos empieza a pasar la factura de lo que le hacemos al medioambiente. Tanta minería ilegal y/o criminal, montañas de basura y polución a toda máquina, hacen que la biodiversidad que tengamos vaya a durar poco.
El editorial del periódico El Tiempo del pasado ocho de octubre, finaliza con una sentencia contundente. En las ciudades se puede cerrar la llave, pero el agua hay que cuidarla en los nacederos. Y esta tiene que ser una prioridad del Estado, con persuasión y leyes a la mano.
Sería la peor vergüenza ante el mundo que un país como el nuestro, con agua a raudales, muera de sed.
Johanna Peters
Consultora en comunicaciones
@jpetersr