El magnicidio de Gaitán constituye una fecha trágica que seguirá marcando con un ‘antes’ y un ‘después’ nuestra historia patria.
Ahora, después del entierro faraónico de Chávez, resulta interesante encontrarles, a uno y otro, contrastes y desniveles como caudillos.
Por cierto, dos expresiones populistas dignas de ser estudiadas por la nueva generación.
Nuestro caudillo estaba hecho, física y moralmente, a imagen de su pueblo mestizo. En realidad, su figura lo tipificaba con su cuerpo de talla mediana, macizo y elástico.
Su cara morena y rotunda en sus líneas como tajo de sílex: verdadero rostro de cacique precolombino. Su personalidad irradió siempre la potencia del carisma suficiente para movilizar al lumpen conjuntamente con el proletariado, hasta convertirlo, a través de su sacrificio, en el Prometeo de los humildes.
Gaitán supo fundir la materia de los desplazados en los crisoles de la pasión revolucionaria. Y los purificaba, extrayendo de aquella masa amorfa, disponible para cualquier aventura, sus combatientes más disciplinados.
Así cohesionó sus huestes de descamisados, años antes de que el ‘peronismo’, en el país austral, convocara a los suyos llamándolos con el nombre de su resentimiento.
Gaitán fue despertando gradualmente con sus lemas, tan elocuentes como elementales, las reservas ancestrales del alma popular.
Las multitudes se abrían a su verbo como jamás lo hicieran con nadie y, tal vez, como ni siquiera ese pueblo, ante sí mismo, supiera que fuera posible tal magnetismo.
Era una ‘entrega’ hasta el límite de la voluntad individual, y esto quedó demostrado en dos fechas memorables: el 7 de febrero de 1948, durante la Marcha del silencio, cuando cerca de 200 mil personas le prometieron al jefe guardar un silencio unánime, por varias horas; y el 9 de abril del mismo año, cuando el dolor y la ira los despeñó por millares a la muerte.
Gaitán se erigió en el médium de la conciencia colectiva en el momento en que esta despertaba, por vez primera, en nuestra historia.
Antonio García y Luis Emilio Valencia, sus rigurosos analistas, afirman: “el 9 de abril no fue una revolución social, como muchos neciamente lo afirman, fue el sismo de un pueblo conmovido por el asesinato de su propia voz, de su imagen, de su anhelo justiciero”.
Según lo apunta Gerardo Molina, si André Maurois escribió que el cerebro de Voltaire “era un caos de ideas claras, de la oratoria de Gaitán cabría decir que ‘era un resplandor de ideas oscuras’.
La simpleza teórica de sus arengas y consignas desaparecía en él cuando, en el artículo o el foro, concentraba su pensamiento en torno a postulados de verdadero alcance filosófico y científico. Mientras en el Parlamento, con su oratoria, revestía sus contenidos éticos y sociales con el efectismo del tribuno, en la cátedra, al margen de las turbulencias del combate, convocaba a la academia con la autoridad emanada de su condición de discípulo preferido de Ferri. Su impronta histórica tendrá más larga vigencia que la de Hugo Chávez.
Adenda: excelente el libro de Mauricio Vásquez.
Jorge Mario Eastman Vélez
Exministro delegatario