Gracias a una generosa invitación oficial, coincidimos con la celebración del asesinato de León Trotski, llevado a cabo el 20 de agosto de 1945 en México por un sicario estalinista armado con un punzón de alpinista.
Después de trotar tanta historia y tanto museo –como Yalta y Potsdam–, los miembros del grupo dedujimos que muy pocos estaban interesados en saber sobre el significado de quién ha sido el más brillante pensador marxista.
Sobre este tema surgen varios interrogantes que nunca será tarde absolver. Veamos:
La pregunta que surge es obvia: ¿por qué el ganador fue Stalin y no Trotski? La respuesta para muchos sigue vigente: el pragmatismo frente al poder, cuando lo refuerza la violencia, derrota y seguirá derrotando a los intelectuales, al ideologismo y a todo aquello que sepa a idealismo, como fue el caso del inspirador de la ‘revolución permanente’.
Coinciden la mayoría de sus biógrafos en que Lenin despreciaba a Stalin, con sobradas razones, y que este le correspondía con la misma medida, aunque taimadamente, siempre en plan de subalterno, consciente de su inferioridad en todos los órdenes.
Por eso, el futuro dictador de la que llegara a ser la segunda potencia del mundo tuvo como estrategia esperar la muerte de su mítico líder. Entre tanto, se dedicó a relegar y sacar del juego a sus inmediatos contradictores: Trotski, Zinóviev, Kámenev, Bujarin.
Cabe recordar que Lenin, después de sufrir su tercer ataque, quedó casi inválido. Su envenenamiento, si acaso ocurrió, tal como lo sostiene Roger Paine, no era necesario para el proyecto político de Stalin. En efecto, cuando murió el líder el 21 de enero de 1924, en su prolongado entierro todos los personajes del partido ocuparon primera línea, pero simbólicamente.
En poco tiempo, el poder real y absoluto estaría en manos del ‘georgiano’ mediante las purgas más despiadadas de las que hubiere noticia.
Al pronunciar su oración fúnebre, Stalin asumió como sumo sacerdote del culto a Lenin. En su texto empleó el ‘tuteo’ sacerdotal que antes se había reservado para la divinidad y sus santos.
Mientras lo redactaba, debió pensar en Trotski, pero no como gobernante, sino como exiliado suyo. Sobre todo cuando afirmó: “permaneceremos fieles a los principios de la Internacional Comunista”.
Sin el apoyo de Krúpskaya, la viuda de Lenin, la supuesta conspiración Fotieva-Trotski se desmoronó y quedó liquidada cuando Stalin desconoció, sin consecuencias, el testamento del líder. Inexplicablemente, como cumpliendo un mandado, Trotski hizo lo mismo y hasta llegó a negar la existencia de su texto. Después de semejante error táctico, sus días como conductor, en el oficialismo de su partido, estuvieron contados.
Definitivamente, el idealista de la ‘subversión universal’ siempre llevó las de perder en los territorios bárbaros del realismo político.
Nunca supo retroceder ni para tomar impulso. En abierto contraste con su adversario, el antiguo Koba, que hizo de su falta de principios y de entrañas sus armas favoritas.
Adenda: el canibalismo político está llamado a recogerse, lo mismo que las tales ‘crisis ministeriales’.
Jorge Mario Eastman V.
Exministro delegatario - Exembajador de Colombia en Estados Unidos