A finales del año pasado, en diálogo con la revista Arcadia, Alejandro Gaviria, ministro de Salud, aseveró con ejemplar honestidad: “no me gustan los consensos”. Se nota que no quiere ser presidente. Que no está haciendo política. Que le interesa la salud. ¡Qué sana singularidad tras un año de tantos, tan ruidosos y tan magros triunfos de las ‘mayorías’!
La bondad de un ‘gobierno de mayorías’ es una falacia peligrosa. Tales mayorías suelen ocultar (como dijo hace poco Martin Wolf en estas páginas) ‘la tiranía de uno’, por lo general enmascarada como ‘voluntad del pueblo’. Aquello de que “mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento”, no puede ser un axioma bueno, bello ni verdadero.
No en vano Bolívar recomendó el voto alfabeto. Y más tarde también Codazzi. ¿Se imaginan las carteleras de cine sancionadas por la mayoría? Como si no bastara con el rasero que Caracol y RCN se esfuerzan por bajar para ver cuál de los dos arrastra la atarraya más hondo en el lecho del río y así atrapar más basura, más fácil, más barata y más lucrativa.
¿Y qué decir de las artes de birlibirloque de las minorías? ¿Esas con chequera gorda bajo las mesas en los congresos? ¿Las de cristianos renacidos para salvarnos del infierno? ¿Las de adolescentes con identidad precaria que encuentran la luz en el yihadismo? ¿Las zancadillas traperas de seguidores de exmandatarios respirando por la herida? ¿Aquellas con poder de obstrucción en las carreteras? ¿Las de quienes vemos mucho arte en la fiesta brava y ninguno en un reinado de belleza?
En ocasiones añoro remotos gobiernos de autócratas ilustrados como Pericles, Augusto, Federico II, Luis XIV y la potestad cultural incontestable de la BBC británica, radio y televisión, después de la Segunda Guerra, con licencia y cobro coactivos, como si fuera el IVA.
La democracia ha hecho crisis. De nuevo. Y para que los otros no sean el infierno sartriano en el que unos y otros podemos convertirnos, una democracia contemporánea tiene que operar como un refinado alambique, capaz de destilar esencias idiosincrásicas distintas, pero calibradas en su justa proporción, evitando que el artilugio se atasque, quiebre o estalle por fricción.
No creo en reflexiones por metáfora, como esta. Son demasiado fáciles. Pero la sarta de mentiras a secas, de verdades a medias, de prejuicios a tutiplén, de ignorancia a rodos y palos de ciego, a diestra y siniestra, que últimamente hemos visto dar con el propósito de hacerse al aparato del poder, debe someterse a juicioso examen de consciencia, a una calibración muy fina para ajustar los mecanismos de las ‘democracias realmente existentes’ en busca de un nuevo orden colectivo, de un nuevo statu quo que no repugne, que no sea tan tóxico y estridente. Sea como fuere, le doy la bienvenida al sentido común que imperó al trocar el arribismo de un metro subterráneo para Bogotá, por uno de superficie con tren de cercanías a bordo y olé por la locura de un coso taurino para toros.
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com
columnista
Consensos, alambiques y popurrí
La democracia ha hecho crisis. De nuevo. Y para que los otros no sean el infierno sartriano tiene que con- operar como un refinado alambique.
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Juan Manuel Pombo
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