Por caprichos del destino, en realidad una mera cuestión de calendario, vine al mundo en unas fechas que se ajustaron mal a las rumbas por venir: cuando los hippies se tomaron por asalto la mitad de la tierra al son de la marimba, el amor libre y el LSD, yo tenía trece años, exiguo poder adquisitivo y cero autonomía. Intentando no pensar en lo que me perdía, hice de tripas corazón y, con la venta de quesillos del El Espinal en los recreos del colegio, compré mis dos primeros discos: Help!, de los Beatles, y December’s Children, de los Rolling Stones, y me hice avezado roquero en seco, célibe y de salón.
Para cuando, a los veinte y tantos años, impecune, flaco, desgarbado y peludo, me aboné por fin a la fiesta, tras largos e infructuosos esfuerzos por amalgamar en un mortero la psicodelia de Sargent Peppers’s, la poesía de Simon & Garfunkel, las revueltas del 68, las pugnas entre foquistas, leninistas, maoístas y la teología de la liberación, de pronto los acordes de Pink Floyd dieron grosero paso a discotecas con luces estroboscópicas y cambiaron el guardarropa y las reglas de interlocución: se puso de moda lo yuppie, lo chic, la coca, la champaña y la plata, es decir, cero y van dos fiestas que me perdí.
Ya cuarentón, separado y sin hijos, empezaron a pulular jóvenes que organizaban rumbas sincréticas de variopinto tenor: hippies, yuppies, posmodernos, nerdos, frescos, intensos, nicotinos, abstemios, vegetarianos, roqueros, nativistas, etc., etc., etc., que, sin embargo, al parecer, amenizaban festines y ágapes con éxtasis y agua.
No probé éxtasis y nunca me inyecté nada, pero sobre una buena cantidad de estupefacientes quedé con una clara opinión. La marihuana es la más inofensiva de todas las drogas; la dejé poco a poco porque necesitaba mojarla en aguardiente pa’ aliviar la angustia que generaba, angustia que un amigo describió como hacer equilibrismo sobre una tabla a 20 centímetros del suelo. La cocaína, que metí quizá 20 o 30 veces, con mayor o menor compulsión etílica, siempre me pareció lo mismo que a Lennon: a dumb drug; en breve, nunca sentí nada que no pudiera exacerbar con tinto a la berraca. En dos ocasiones alcancé un memorable atisbo, a la vez místico, cósmico y terreno, gracias a un par de hongos frescos de la bosta de la vaca sin edulcorantes. Imposible describir una experiencia de esa índole en una columna de 500 palabras; baste decir que entendí que, de partirme un rayo, el universo no se partiría en dos.
Quiero probar la ayahuasca antes de que la FDA la prohiba para beneficio de la humanidad. De las drogas que he metido, ninguna ha causado más estragos que el trago, y la más infernal es el bazuco, esa sórdida escoria de la cocaína. Creo que los dos más grandes frenos al progreso en Colombia son la ganadería extensiva y el narcotráfico; el segundo se remedia consiguiendo todos los productos aquí mencionados en la farmacia de abajo.