El debate de las corridas de toros, la minería, la unión civil entre parejas del mismo sexo o el aborto en Colombia, están en esa agenda pública que despierta pasiones y odios entre intelectuales, desinformadores, críticos, ortodoxos, activistas, candidatos políticos –que quieren sacar provecho– y algunos pocos rigurosos que estudian estos temas.
Debo aceptar que en mi infancia, cada año por esta época, la denominada fiesta taurina convocaba a toda la familia, como bien sucedía con tantas otras en Bogotá y diferentes ciudades del país (Cali y Manizales, por brindar dos ejemplos). Indudablemente, la mirada sobre el ‘humilladero’ del toro, donde resulta asesinado luego de una serie de arriesgados movimientos por parte del torero, alimentaba la curiosidad del más antitaurino de los participantes.
Claro que hubo caballos golpeados durante varias corridas y, por supuesto, algunos toreros hicieron mejor su trabajo que otros (los más inexpertos demoraban involuntariamente el padecimiento del animal al final de la jornada).
Con la reciente manifestación del primer día de la temporada taurina, que tímidamente volvió a Bogotá y que pareciera ser la última, quedó claro que no existe una práctica legal (algunos la denominan arte) más impopular que las corridas de toros. Está claro que pasaron los tiempos de la indiferencia ante cualquier tipo de maltrato animal y que hoy la sociedad es cambiante.
Hay derecho a evolucionar, o más bien existe la obligación, por lo que no me extrañaría que pronto la Corte Constitucional prohíba definitivamente la fiesta brava en Colombia.
Si uno le da una mirada juiciosa a la economía taurina para calcular lo que habrá que compensar desde algún otro renglón productivo, las cifras son interesantes.
Actualmente, el país cuenta con 116 ganaderías de toro bravo, con una marcada tendencia a localizarse –por razones de facilidad de manejo– en tierras con altitudes entre los 2.450 y los 4.200 metros sobre el nivel del mar. Dichas ganaderías lidian sus productos en las siete plazas de toros de primera categoría, 66 de segunda, seis portátiles y algunas aún improvisadas en pequeñas poblaciones como Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes, en ese orden.
La contratación de un torero que llega del exterior, dependiendo de la temporada, puede superar los 150.000 dólares por actuación –unos 450 millones de pesos–, mientras que uno local percibe cerca de 20.000 dólares por corrida (60 millones de pesos). Se calcula que en plazas de primera categoría, se cobra un impuesto adicional del 35 por ciento sobre los honorarios del artista extranjero.
En total, la industria genera por temporada cerca de 15.000 empleos indirectos y 1.200 directos, entre las ganaderías y las empresas que se relacionan con el negocio. Para sacar a la plaza una corrida de toros de seis ejemplares es necesario tener como mínimo 34 vacas de vientre y un semental.
En Colombia, las ganaderías tienen origen en el toro de lidia español desde 1928, cuando se importaban exclusivamente para las corridas.
Hoy, en la era del Facebook y el Twitter, esa es una actividad del ayer. Pronto se convertirá en un recuerdo de cuando muchos asistíamos a la tortura y el sepelio de un animal, como en los tiempos del Circo Romano. Difícil de explicar a nuestros nietos.
Juan Manuel Ramírez Montero
CEO de Innobrand / j@egonomista.com / @Juamon
columnista
Toros, en el pasado
Las corridas pronto serán un recuerdo de cuando muchos asistíamos a la tortura y el sepelio de un animal.
POR:
Juan Manuel Ramirez M.
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