Como el presidente Juan Manuel Santos lo sabe, hay pocas ocasiones en las que un líder puede cambiar el rumbo de la historia. Obama ha tomado el primer paso para el desmantelamiento de una de las políticas exteriores más contraproducente de EE. UU. en los últimos 50 años.
¿Por qué lo hizo? En parte, actuó por razones humanitarias en favor de las familias cubanas; tiene la determinación de corregir los errores del pasado y es el primer paso para posicionar a EE. UU. dentro del diálogo político y económico en curso en Cuba. Y sí, esta reconciliación será esencial para desenmarañar la madeja de distorsiones electorales del ‘tema de Cuba’.
El momento elegido no es coincidencia. Obama extirpó una de las grandes espinas clavadas en las relaciones de EE. UU. con el hemisferio. (Para sacar la otra espina -las sanciones económicas impuestas contra Cuba- tendrá que contar con el apoyo del Congreso).
En lo que fue su ceremonia de iniciación, la Cumbre de las Américas, celebrada en Trinidad y Tobago en abril del 2009, Obama se ganó la simpatía de sus homólogos. En su discurso, reconoció, de forma tácita, las transgresiones de EE. UU. en el pasado y prometió abrir la puerta a una nueva era de relaciones con el mundo.
La reacción no se hizo esperar, dejando claro que la prueba de fuego para una nueva era de relaciones entre el continente y EE. UU. sería la reintegración de Cuba al sistema político y económico interamericano.
Pasados dos meses, en una asamblea de la OEA, celebrada en junio del 2009, los estados miembros de la OEA le exigieron que levantara su suspensión a Cuba, una medida de valor más bien simbólica (y a la vez irónica), ya que los cubanos tenían claro que no deseaban volver al seno de esta institución. Estados Unidos consiguió llegar a un compromiso, pero no sin sacrificar capital político.
Si bien reemplazó la agenda del Gobierno anterior, centrada en temas de seguridad por una retórica de alianzas y agendas compartidas, Obama nunca pudo salvar las distancias en el hemisferio. Su política exterior estaba monopolizada por otros asuntos a nivel mundial y el tema de Cuba seguía sin resolverse.
Estados Unidos pudo, una vez más, esquivar el tema de Cuba en la Cumbre de las Américas del 2012, gracias a la astuta maniobra de su anfitrión, el presidente Santos. Sin embargo, EE. UU. no ha podido evitar que Cuba sea invitada a la siguiente cita, que se realizará en abril del 2015 en Panamá. Lo único que sí pudieron conseguir es que Panamá esperara hasta pasadas las elecciones de mitad de legislatura para extender su invitación formal. Así que, ahora Cuba está invitada y todo apunta a que acudirá.
Obama podría haberse decantado por no asistir a la cumbre para evitar compartir mesa con el presidente Raúl Castro. Esta estrategia le ahorraría un sofoco en el campo nacional, pero podría traer consigo otra sangría política en las Américas, teniendo en cuenta que el proceso de cumbres fue una iniciativa de Bill Clinton y que EE. UU. lo considera el mejor mecanismo para llegar a consensos o entablar diálogo en un hemisferio quebrado.
Por otro lado, el presidente podría ir a la cumbre y cambiar tanto una política cuyo desacierto en lo que se refiere a los intereses de EE. UU. se reconoce, como el rumbo histórico de la política hemisférica del país. A veces, ser un presidente saliente tiene sus ventajas.
Kenneth Frankel
Presidente, Consejo Canadiense por las Américas