Tal parece que nuestra naturaleza sórdida no nos abandona en ningún escenario. Hartos de la insultadera y la amenazadera entre “bandos” (porque aquí no hay partidos ni ideologías sino bandos), creímos ingenuamente que, pasado el domingo 17 y entrado el martes 19, finalmente una causa nos iba a congregar y ya el enemigo no iba a ser el vecino, sino alguna nación lejana con la que no nos podíamos agarrar a trompadas, virtuales o reales, como les gusta a tantos.
Suficientemente vergonzosas y desesperanzadoras las “discusiones” entre hinchas (porque aquí no hay seguidores de nada, solo hinchas ciegos, sordos y estúpidos) de un candidato y de otro en las redes sociales, que también creíamos –los ingenuos– que cesarían o al menos menguarían con la definición del nuevo presidente. No, los insultos siguen, se escalan, se vuelven amenaza: “Ahora sí paguen escondedero, guerrillos”, dicen unos; “en cuatro años nos vemos, paracos”, afirman otros.
Vergonzosa también y fiel reflejo de que lo anterior –no es circunstancial sino intrínseco a nuestra cultura– la representación (siempre hay que aclarar con sorna que no son todos, pero desgraciadamente son los que hacen ruido) de nuestro país en Rusia. No la de la Selección. En fútbol, cómo en cualquier deporte se gana o se pierde. Incluso hay la noble posibilidad de empatar, cosa que no es posible en otros deportes, como en tenis. También se cometen errores, como en cualquier deporte y como los cometemos todos, incluso varias veces al día.
A esos muchachos que dejan el alma en la cancha, no hay nada, absolutamente nada que recriminarles, solo agradecerles por estar en Rusia y darnos la oportunidad de vibrar como país, en teoría en una sola sintonía. Por los partidos o las horas o los minutos que sean. El estar allá ya es suficiente.
Sin embargo, sin haber pasado 90 minutos de participación en el Mundial, ya la mayoría de los colombianos nos sentimos avergonzados ante el mundo. Y no por el marcador; repito, eso es lo de menos. Será el efecto de la euforia colectiva (o la borrachera individual) o de verdad los señores de los videos en que se muestra una ‘caleta’ de licor entre unos supuestos binóculos, o más rastrero aún, el que muestra un “ejemplar” (en el sentido animal del término) nacional haciendo repetir cochinadas a una japonesa ... De verdad, pregunto, ¿creen que eso es divertido? ¿Sus amigos les celebraron esos actos vergonzosos? ¿Su familia está orgullosa de ustedes? O ¿están tan mal parqueados en la vida que hasta una risita pendeja (y malintencionada) de su cómplice camarógrafo les sirve para sentirse vivos? Incluso el video que muestra a los japoneses recogiendo la basura que botaron ellos –y de paso la que botaron los colombianos- mientras los de las camisetas amarillas los observan con desdén, me hace sonrojar.
Muchísimo peor desde luego y ya en predios del Código Penal, el ‘hombre’ que se atrevió a montar luego una foto de Andrés Escobar, el futbolista asesinado –todo indica que por causa de haber cometido un error en el Mundial de 1994– y Carlos Sánchez, quien también por un error fue expulsado del primer partido de la Selección en Rusia, con un enunciado tan criminal como “les propongo un sueño”.
Que haya instigadores como el del montaje de las fotos mencionado, que sigamos con la idea de que somos tan ‘vivos’ como para burlar a las autoridades rusas, que creamos que somos tan ‘chistosos’ como para humillar a unas ingenuas mujeres, todo eso es síntoma de que seguimos siendo un país de mierda, que la cultura traqueta, esa que nos hace pensar que somos superiores porque podemos amenazar, burlar la ley o simplemente humillar a otros, no nos ha abandonado. No porque todos seamos así, de hecho la inmensa mayoría no lo somos, sino porque aplaudimos, celebramos, nos reímos, replicamos o toleramos tales despropósitos.
Es hora de que los ciudadanos que rechazamos ese tipo de comportamientos no solo asistamos pasivamente a su ocurrencia y bajemos la cabeza en señal de resignación, sino que nos levantemos contra los instigadores, contra los ‘vivos’, los ‘chistositos’ que no nos representan, que no son una muestra de lo que somos, pero que logran su cometido de tener un cuarto de hora de fama –cualquiera que ella sea– a costa de nuestra dignidad.
Coletilla. Aplauso para la Cancillería, que salió de inmediato a condenar el comportamiento bajo de quienes grabaron el vídeo con las japonesas repitiendo vulgaridades. Aplauso anticipado para la Fiscalía que seguramente va a hacer lo propio con el instigador de Twitter.