Más vale una guerra conocida que una paz desconocida. Eso dijeron 50 por ciento + 60.000, y los 64 por ciento inmóviles al plebiscito. A no ser que hayan dicho que temen que los recursos ahora contrainsurgencia se liberen para la lucha contra el ‘otro’ narcotráfico: el institucionalizado, el que hasta hoy ha logrado desviar la guerra en contra de cultivadores y consumidores, insistiendo en penalizar la dosis personal y mantener las fumigaciones.
Al origen de la propagación del consumo de drogas no solo está la prohibición. Colombia, con su sempiternamente postergada reforma agraria ha contribuido sustancialmente al fenómeno del mercado. La concentración y consecuente falta de tierra para que el pequeño campesino trabaje, están al origen de los cultivos y de la producción de productos de valor agregado que de allí se derivan. La pérdida de los narcos colombianos del mercado de cocaína les ha dejado justamente con los cultivos, procesamiento y exportación de pasta base (basuco) como su parte del negocio. A los estos les conviene que aquellos de las Farc que se desmovilicen dejen de competir por los mercados, pero no que pasen a ser competencia política. Tampoco, que el Estado encamine las políticas hacia la liberación de los cultivadores de lo ilícito como única salida y que pueda disponer de mayores recursos para enfrentar al crimen organizado, el armado, y que se ha venido enquistando en las instituciones.
La ‘legalización’ de la tierra, el consumo como asunto de salud, y el fin de las fumigaciones son algunas de las grandes preocupaciones de quienes buscan que se perpetúe el status quo en materia de drogas. El argumento de que los cultivos aumentaron por la falta de fumigación es falaz. Los tiempos del cese de fumigaciones no coinciden con los tiempos de la actual expansión de los cultivos. La visión de ‘nadando en coca’ ya se venía abonando con las cifras del Departamento de Estado y sus colegas colombianos, más bien del lado narco de la barrera.
La erradicación química fue desarrollada para el control de malezas. Ni la coca, ni la marihuana, ni la amapola son malezas. De tal forma, no se pueden erradicar con las mismas matamalezas que usan los cultivadores. Si no ¿cómo se explica que, tras 35 años de fumigaciones, no se haya logrado erradicar los cultivos?
Afortunadamente, el presidente Santos dejó claro que no se reanudará la nefasta medida de aspersiones químicas. Dejar de fumigar no solo contribuye (al igual que la reforma rural), al arraigo del campesino. También significa dejar de abonar la propagación de los cultivos, el eje de los ingresos del actual narcotráfico colombiano.
Lo otro es que, alrededor de los cultivos, han surgido una serie de negocios. La adicción colombiana a los insumos químicos traídos por la vía de la aspersión estatal, primero aérea ahora terrestre, otro negocio que permite movilizar (¿y desviar?) recursos.
¿Vamos a permitir que el narcotráfico se lave contaminando la economía lícita y el medioambiente? ¿Que impida la reforma rural, mientras nos inunda de basuco?
María Mercedes Moreno
Coordinadora, Colectivo MamaCoca
mamacoca@mamacoca.or
Reforma agraria, cultivos y drogas
La ‘legalización’ de la tierra y el fin de las fumigaciones son algunas de las preocupaciones de quienes buscan el status quo en materia de drogas
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