Comienzo por decir que siento un gran respeto y admiración por los economistas, a quienes alguien los llamó acertadamente ‘filósofos de la vida material’, así algunos se escondan en la logomaquia matemática para hacer predicciones partiendo de supuestos que, poco o nada, tienen que ver con la realidad concreta o para quienes los fenómenos no evolucionan y cambian con el tiempo. Por ejemplo, uno se pregunta si tiene mucho sentido proyectar a 2050 un modelo de pensiones con las variables de hoy, cuando en 30 años nadie puede tener la mínima certeza de lo que se vivirá en ese momento, ni siquiera la edad promedio de vida de la gente, y eso no quiere decir que el tema no deba ser objeto de estudio, pero sin caer en la aventura.
De una u otra forma, por eso me cayó bien (y sin posar de experto) que el Premio Nobel de Economía 2017 se le hubiera otorgado a un profesor estadounidense, Richard H. Thaler, por “su contribución a la economía conductual”, la cual investiga las tendencias cognitivas y emocionales humanas que influyen en la toma de decisiones económicas y que afectan los precios de los bienes, las inversiones y utilidades de las empresas y llevan a asignar los recursos de determinada manera.
En otras palabras, se reconoce que el comportamiento de las personas y la sicología son cada día más importantes en la economía. Contrario a lo que dicen algunos economistas, las decisiones de la gente no siempre son racionales, lógicas y controladas, sino irracionales y no entendidas, producto de una “contabilidad mental” que separa las cuentas y lleva a decidir, de forma aislada y sin considerar el todo, lo que no hace más o menos inteligentes a los humanos.
Ejemplos hay muchos. No parece lógico y racional que una persona decida recurrir a un crédito para financiar una compra pagando una tasa de interés varias veces más alta que si utilizara parte del ahorro con que cuenta y que recibe a cambio unos intereses muy bajos. Y otro: los trabajadores prefieren un aumento salarial nominal que uno real en términos de lo que la inflación les quita en capacidad de compra. Y, evidentemente, el tema va más allá que la simplificación en estos sencillos ejemplos ilustrativos, pero que muestran la importancia de la sicología en la economía y que debería ser mejor usada por quienes manejan los asunto públicos en la materia.
De acuerdo con quienes entregan el Nobel de Economía desde 1969, el ganador en esta oportunidad también ha descrito la rivalidad que hay entre lo que se planea y lo que se hace, y cómo el bienestar de largo plazo puede verse influenciado por las tentaciones de coyuntura y la falta de autocontrol.
Por eso, cae como ‘anillo al dado’, la advertencia que por estos días ha hecho FMI, y de la cual Colombia no escapa, en el sentido que el endeudamiento de las familias, en una muestra de 80 países, está creciendo con rapidez y en países como China, a un ritmo de vértigo. Las cifras se comparan con lo que ocurría antes de la crisis financiera de hace ocho años.
La sicología de las familias privilegia la comodidad del corto plazo y poco interesa lo que pueda afectar más allá. Es el comportamiento humano, a lo mejor, bajo la idea de otro economista que hace 90 años dijo que lo importante es el corto plazo, porque en el largo plazo, todos estaremos muertos.