“Quien lleva las orejeras nacionales puestas, y no tiene ojos para ver el mundo que le rodea, estoy convencida de que termina alejado en un limbo (…). Hay una nación líder que antepone sus intereses nacionales al orden internacional”, dijo Angela Merkel, luego de los pobres resultados de la cumbre del G-7, cuyo peso político, económico y militar es muy relevante a escala global: Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Canadá, Japón y Reino Unido. No están China ni Rusia, aunque generalmente asisten como invitados especiales.
La dura referencia de Merkel tenía un destinatario directo: Estados Unidos y, en particular, su presidente Donald Trump, quien abiertamente se ha ido en contra del Acuerdo de París –firmado en el 2015 por Obama para contrarrestar el cambio climático–, al considerar que perjudica internamente al país del norte dentro del marco de su teoría de “USA va primero”; una visión cerrada y contraria a lo que se espera de la gran potencia. Su concepción del comercio y las relaciones del mundo con Rusia también lo dividen de sus socios.
Sin duda, el aislamiento al que Trump quiere llevar a su país tiene implicaciones que no se pueden desconocer, pero quizá lo más importante es que precipita la apertura de puertas para que China comience a llenar ese vacío dejado por EE. UU., y que solo puede ser compensado por el gigante oriental.
La decisión norteamericana de torpedear el ambicioso Acuerdo de París, ha llevado a Europa a no tener duda sobre China: acaba de firmar un acuerdo bilateral que multiplica los compromisos de ambos bloques para intentar salvar el Acuerdo, respetando lo pactado en el 2015 y prometiendo nuevos esfuerzos en energías renovables. La negociación ha durado ocho meses, y cae como ‘anillo al dedo’ frente a la descolgada estadounidense en el tema del calentamiento global, que ratificó Obama.
El encuentro entre el primer ministro chino, Li Keqiang, con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, incluye un entendimiento en temas fundamentales de la agenda global como inversión, seguridad, defensa y migración. Incluso, se incorpora a África, a la que se le dará asistencia en materia medioambiental.
Sin duda, China tiene los méritos para ser tenida en cuenta, no tanto para reemplazar a Estados Unidos, pero sí para tapar el hueco: desde 1980 ha registrado una tasa de crecimiento económico cercana al 10 por ciento, se ha convertido en la segunda economía del mundo, ha sacado de la pobreza a más de 600 millones de sus habitantes y su renta per cápita va en ascenso. Lo ocurrido en ese país, en este corto tiempo, ha demorado varios siglos en los países desarrollados, y nadie puede contradecir el éxito de la combinación del desarrollo global con las condiciones específicas del país.
Quienes hemos tenido la oportunidad (o privilegio) de haber presenciado de cerca el increíble recorrido chino de prosperidad en las últimas décadas, sabemos que el gran desarrollo de la economía ha sido la condición previa del fortalecimiento del país y del creciente enriquecimiento de la gente. Los chinos y su dirigencia creen que solo así se ganan un lugar en la comunidad mundial, que ya lo han alcanzado y seguirán esa ruta, para hacer realidad la premonición de un filósofo e historiador británico: “El siglo XIX fue de los británicos y el XX de los norteamericanos, mientras que el XXI, de los chinos”.
P. D. El socialismo chino pregona que la modernización del país debe cuidar los intereses del Estado y la competencia internacional, lo cual tiene implícito el desarrollo de las fuerzas productivas. Nada que ver con el remedo de socialismo que se pregona en nuestros países.
columnista
No hay duda del éxito de China
El gran desarrollo de la economía china ha sido la condición previa del fortalecimiento del país y del creciente enriquecimiento de la gente.
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Mario Hernández Zambrano
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