Es inagotable la imaginación de los que buscan bajar los impuestos a los ricos que son los propietarios de las empresas. El argumento tradicional de que bajando los gravámenes a las empresas se van a crear miles de empleos, se ha reforzado ahora con la idea de que con menos carga tributaria se van a subir los salarios a los trabajadores y, por lo tanto, va a mejorar la distribución del ingreso.
Dos razones se aducen para sustentar este argumento: una altruista y otra económica.
Según la primera, los empresarios que se preocupan por la distribución del ingreso repartirán entre los trabajadores una parte de las ganancias adicionales que les quedan por pagar menos impuestos. Optimista, pero podría suceder.
La razón económica parte de la teoría clásica de la función de producción: al bajar los impuestos a las compañías se disminuye el costo del capital, lo cual lleva a que aumente la inversión y se creen nuevos empleos; en el mercado laboral la nueva demanda por trabajadores genera un incremento en el precio del factor trabajo, es decir en los salarios, y todos tan contentos.
En esta época de globalización, el argumento se ha complementado con la teoría de la movilidad de capital y las diferencias tributarias entre los países. Si un país baja los impuestos más que sus vecinos, entonces los capitales internacionales se moverán hacía allá, aumentando la inversión, el empleo y los salarios. Por eso se dice que la reforma tributaria de Trump ha generado una competencia mundial por bajar impuestos.
Son numerosos los economistas serios, incluyendo varios premios nobel, como Paul Krugman, que han demostrado que ese modelo teórico solo funciona en los libros de texto, y eso que no siempre, porque cambiando los supuestos se llega a resultados diferentes. Pero más allá de los debates académicos, la rebaja de impuestos que hizo Trump el año pasado, permite verificar, en la práctica, los resultados de esas políticas.
El análisis de lo que han hecho las empresas norteamericanas con el enorme regalo tributario que les hizo el conservador Partido Republicano, demuestra que no eran ciertas las premisas que justificaron la reforma. Un caso emblemático es la admirada Apple. Motivada por los menores impuestos repatrió al país utilidades por 250.000 millones de dólares, pero no modificó sus planes de inversión en el territorio estadounidense. Por el contrario, dedicó 100.000 millones a recomprar sus propias acciones, lo cual enriqueció a los accionistas, pero no benefició en nada a los trabajadores.
Pero este no es un caso aislado. Solo el 4,4 por ciento de los trabajadores norteamericanos recibieron bonos o aumentos salariales, después de la reforma tributaria, por un valor de 7.100 millones de dólares, mientras que las compañías gastaron 98 veces más (691.000 millones) en la recompra de sus acciones. Como el 80 por ciento de las acciones de las empresas está en manos del 10 por ciento más rico de la población, es claro quiénes fueron los grandes ganadores.
En cuanto a los salarios, solo el 12 por ciento de las grandes corporaciones hicieron aumentos, y en el conjunto de la economía, las cifras oficiales muestran que los salarios reales han caído, en promedio, 0,2 por ciento el último semestre.
Si se copiara en Colombia la reforma ‘trumpista’, hay que subir otros impuestos para que no explote el déficit fiscal. ¿Quién pagará el pato?, es tema de otra columna.
Mauricio Cabrera Galvis
Consultor privado
mcabrera@cabreraybedoya.com