Si seguimos como vamos, el Censo de Población y Vivienda de este año va a quedar mal hecho. Cada vez oye uno a más personas que dicen que no van a responder el cuestionario o que lo van a responder mal, argumentando toda clase de razones, desde el miedo a que les hackeen sus cuentas bancarias hasta el alucinante temor de que el gobierno le pase la información a las Farc.
Mientras expertos informáticos y funcionarios públicos intentan disipar esas dudas, a mí me llama la atención lo que representa este episodio como ejemplo de la fractura del país y nuestra creciente dificultad para impulsar proyectos colectivos.
Me perdonarán la perogrullada: un censo se hace para beneficio de la población. La información que de ahí se desprende sirve como faro para la toma de decisiones clave para el bienestar de la gente, como la asignación de varios rubros de gasto social, y para diseñar distintas políticas públicas para mejorar las condiciones de vida de los colombianos. Con un censo incompleto o distorsionado, el país estaría tratando de avanzar hacia el desarrollo en medio de la oscuridad.
Este caso es apenas un ejemplo de la creciente desconfianza que se ha instalado entre los colombianos. De acuerdo con los datos del World Values Survey, Colombia es uno de los países cuyos ciudadanos más desconfían de los demás. Mientras más de 60 por ciento de los suecos o los noruegos están de acuerdo con la frase “la mayoría de la gente es confiable”, en el caso de Colombia esa cifra es menor al 5 por ciento, lo que ubica al país entre los coleros del mundo.
La gravedad de ese dato trasciende la simple comparación de idiosincrasias nacionales. La confianza es un recurso fundamental para la construcción de una sociedad. La especie humana constituye un caso interesante en la naturaleza: si bien tenemos muchos rasgos individualistas, no habríamos podido sobrevivir sin emprender propósitos colectivos. En ese esfuerzo juega un papel el fundamental la confianza, que es un factor clave para hacer cualquier proyecto conjunto, desde un negocio hasta la construcción de una sociedad. Por eso no es raro que los expertos hayan encontrado una alta correlación entre la confianza que hay entre los ciudadanos de un país y el nivel de desarrollo que han alcanzado, como lo confirma la presencia de los países nórdicos en los primeros lugares del escalafón del World Values Survey.
Por supuesto que hay muchos factores en nuestro pasado y nuestro presente que justifican la desconfianza que tenemos los colombianos: la inseguridad, la corrupción, el fraude, la impunidad, entre otras. Ante una situación tan crítica como esta, hay dos opciones: tratar de reconstruir las instituciones y fortalecer nuestra confianza en ellas, o seguir atizando la polarización, la disociación y el individualismo. Nadie garantiza que el primer camino sea exitoso, pero lo que sí es seguro es que el segundo conduce a nuestra disolución como sociedad.