Son diversos los aspectos que deben analizarse en una modificación al sistema general de pensiones colombiano. Hoy nos centraremos en los inherentes al posible incremento en la edad de pensión.
El presidente Duque ratificó en su discurso de posesión la necesidad de modificar el sistema pensional. Previamente en la campaña, había prometido que no aumentaría la edad de pensión. Dada la sensibilidad que tiene el asunto, veamos a continuación con mayor detalle, las variables inherentes a este.
En primer término, es indispensable mencionar que no podemos abstraernos de la realidad del envejecimiento a nivel global. Europa es la zona más longeva del mundo.
Llaman la atención países como España, donde hay más de 13.000 personas vivas mayores de 100 años de edad. Rafael Puyol, del observatorio de Demografía y Diversidad Generacional de España, señala que ahora se llamarán Supercentenarios, porque veremos en el futuro personas alcanzando los 120 años de edad. Algo increíble pero cierto.
La tendencia a ese respecto en nuestro país no es diferente; cada día los colombianos viviremos más, como hemos observado en el aumento acelerado de la esperanza de vida en las décadas recientes.
Lo anterior significa que es esencial desde la responsabilidad técnica y actuarial (sostenibilidad matemática del modelo) analizar la variable edad en las diferentes propuestas de modificación a nuestro modelo pensional.
Con esto no estoy planteando necesariamente que se aumente la edad, pero sí dejando en la discusión que es un componente técnico tan relevante, que se hace indispensable analizarlo con extremo cuidado.
Así las cosas, ¿por qué es complejo socialmente aumentar la edad de retiro? Las razones son diversas; al hacerlo, en mi opinión, podrían ser menos las personas que puedan acceder a una pensión. Esto explicado fundamentalmente por la dificultad de mantener un empleo estable hasta la edad de pensión.
Para aquellos que pierden el empleo en edades superiores a los 50 años es cada más complicado ubicarse laboralmente. Esto acentuado por las dinámicas de reducción de puestos de trabajo, propio de la competitividad y el mundo global.
Como muestra el cuadro, en los países más desarrollados –pertenecientes a la Ocde– las edades de retiro son mucho mayores a las nuestras. Ante la presión en el incremento de la longevidad, las naciones no han tenido otra alternativa que tomar medidas impopulares, como incrementar las edades mínimas para alcanzar la pensión, a riesgo de que si no lo hacen el dinero no alcanzará y el déficit fiscal será insostenible para las futuras generaciones.
En ese orden de ideas, el primer desafío de un sistema pensional es incrementar la cobertura. Un modelo pensional que no logra aumentar el número de pensionados de forma sostenida no está siendo efectivo, y ese es uno de nuestros problemas actuales, demostrado con una escasa cobertura, inferior al 30%. Después de 24 años de creada la Ley 100, no hay impacto real en la mayor cantidad de pensionados.
Lo paradójico es que muchos trabajadores son partidarios de no aumentar la edad, pero al pensionarse buscan mantener e incluso aferrarse a su empleo, lo cual es inequitativo con las personas más jóvenes que buscan acceder a nuevas oportunidades laborales.
Es inadmisible que muchas personas promuevan que se mantenga la edad de retiro actual, buscando tener un doble ingreso cuando alcancen los 57 (mujeres) o los 62 (hombres) años. Debe primar una solución colectiva y no un propósito individual.
Propongo varias soluciones para la discusión: primero, podemos crear un estabilizador automático relacionado con el aumento del empleo formal y el incremento de edad. Esto significa que si se incrementa de forma sostenida el empleo de calidad para los mayores de 50 años, sea automático subir la edad. Segundo, diseñar un beneficio tributario concreto y tangible para las empresas que contraten personas competentes mayores a 50 años.
Tercero, potenciar el Sena para que ayude al nivel de competitividad y conocimiento de los trabajadores mayores.
Cuarto, diseñar una condición suspensiva en caso que una persona se quiera pensionar y mantenerse en el empleo, donde se otorgue un máximo de tiempo para estar con ambas condiciones. Se asimila a una práctica de buen gobierno corporativo, como lo hacen grandes empresas en nuestro país. Esto permitirá activar el empleo en las personas jóvenes, resultante de los planes de sucesión, pero a la vez conservar por determinado tiempo a aquellos trabajadores con más experiencia, que generan valor a las organizaciones.
En resumen, no necesariamente debemos decir no al aumento de la edad de retiro, pero si generar una discusión sincera sobre los pro y los contra de modificar esa variable en nuestra realidad pensional.
Hay otros aspectos centrales que se deben discutir en una reforma, los cuales trataremos en próximas columnas.
Marcel Duque Ospina
PhD, director de Cómo me pensiono- Investigador de la Universidad de Valencia (España).