Angela Dorotea Kasner (1954), con un diploma de Ph. D. en química cuántica en la mano, inició su transición hacia la vida política justo después de la caída del muro de Berlín (1989). Su primer trabajo político consistió en desempacar unas cajas con computadoras que le habían donado al partido Despertar Democrático de Alemania del este, al cual se había acercado para preguntarles en qué podía ser útil. Como líder del partido Unión Democrática Cristiana (CDU), inicia en estos días su cuarto cuatrienio como Canciller de Alemania.
Hoy, este país es próspero, con pleno empleo, producto de las buenas administraciones, comenzando por la de Adenauder (1950-1966), hasta la de su predecesor Schröder (que hoy trabaja para Putin), con su reforma laboral integral. La economía alemana se caracteriza por la alta productividad y calidad de sus productos, y por ser el tercer país mayor exportador del mundo. No obstante, es una nación que en ocho años perdió población.
El legado de la señora Merkel será el liderazgo ejercido durante la crisis de la deuda soberana europea (Grecia, Irlanda, España, Portugal, Chipre), que fracturó los cimientos de la construcción europea. Para ella, la cuestión europea es un asunto doméstico. Su lema en la crisis fue: “si fracasa el euro, fracasa la Unión Europea”. Cuando esta moneda se creó, tenía una justificación económica dudosa. El euro fue el precio que exigió el presidente francés François Miterrand a cambio de aceptar la unificación de Alemania; es con lo que está pegada la Unión Europea.
El padre de Merkel fue un pastor Luterano. Se crió detrás de la cortina de hierro, un mundo caracterizado por la supresión de las libertades individuales y el aislamiento del mundo exterior. Se casó con un físico a los 23 años y conservó el apellido de su marido cuando se divorció tres años más tarde. Durante su doctorado en física cuántica conoció a su actual compañero, Joachim Sauer (1949), un científico que rara vez la acompaña en los viajes internacionales. Habla ruso. Su formación luterana y científica moldearon su carácter. No es una dama de hierro, a lo Thatcher; busca consensos y jamás muestra ofuscación o levanta la voz. Es la que mejor prepara las reuniones de los veintiocho en Bruselas, y es la opinión que más peso tiene.
Su padre político fue Helmuth Kohl: en el primer gobierno de la Alemania unificada, la nombró Ministra de la Mujer (1991), después la Ministra del Medio Ambiente (1994). Como en la tragedia griega, el parricidio impulsó su carrera política: a raíz de la negativa de Kohl de revelar los nombres de las contribuciones ilegales a su partido, publicó una carta solicitando su renuncia al partido; más tarde fue nombrada líder de la coalición (1998).
Se le critica por ser lenta en la toma de decisiones; es el resultado de su formación científica. Una vez convencida, no tiene inconveniente en cambiar de opinión. Era defensora de la energía nuclear, pero a raíz del accidente de Fukushima dio un golpe de timón y embarcó a Alemania en el desmantelamiento de sus reactores nucleares. Para formar un gobierno de coalición con la Social Democracia (2012), aceptó el salario mínimo. Siempre se opuso al matrimonio igualitario, y cuando recientemente le volvieron a preguntar sobre el tema, respondió: “es una cuestión de consciencia”; días después el Parlamento aprobó la ley adoptándolo.
Reconoce que la actual prosperidad de Alemania obedece, en gran medida, a la globalización y al euro barato; sus socios europeos le piden que, a cambio, gaste más. Su participación en las guerras de Siria, Afganistán, Irak, y África en vez de bombas inteligentes fue la apertura de su frontera a los refugiados; ahora Alemania tiene la tarea monumental de integrar a su sociedad –una población equivalente a la de Barranquilla– “lo podemos hacer”, ha sido su lema. Durante la crisis del euro, trazó una raya roja: la austeridad como fórmula (disminución del gasto público a machetazos), y la no emisión de deuda europea.
Su forma de vida es austera; es simple en el vestir; no vive en el palacio reservado al Canciller, sino en su propia vivienda; le gusta ir al supermercado; es amante de la ópera de Wagner; adora caminar por el bosque; su pose característica es un rombo formado con sus dedos índice y pulgar. Una foto de Catalina la Grande, princesa alemana y emperatriz de Rusia, la acompaña en su escritorio; en el foro de mujeres del G20 le preguntaron si era feminista y respondió: “Prefiero no adornarme con ese plumaje”; no tiene hijos, pero los alemanes la llaman ‘mutti’ (mami).
Diego Prieto Uribe
Experto en comercio exterior.