“La anomia es la incapacidad del Estado y la sociedad de proveer a los individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad”: Durkheim.
Se presenta cuando el Estado no tiene un interés real de solucionar los problemas sociales: su función de utilidad es política, no social.
Su visión es cortoplacista y, por lo tanto, la planeación de la política social no ataca los problemas estructurales que enfrenta la población excluida del mercado. Y solo es capaz de tratar ciertas patologías sociales, pero sin soluciones integrales y de largo plazo.
En otras palabras, la anomia social se presenta cuando no hay un objetivo de largo plazo como la movilidad social y, simplemente, el policy maker se limita a definir los recursos y procesos de ciertos programas, puesto que al final solo lo medirán por la ejecución presupuestal y el número de quejas y reclamos.
Es una visión de contaduría, no una visión de economía política que produzca el cambio social.
Por supuesto, es mucho más fácil entregar subsidios que elaborar una estrategia para el cambio social. Finalmente, a corto plazo, quienes reciben subsidios se satisfacen y, naturalmente, esto es suficiente para llevarlos a las urnas a reelegir una y otra vez lo mismo.
Dicho lo anterior, regresemos al tema central.
“La distribución del ingreso en una sociedad depende de la asignación de los diferentes tipos de capital (humano, físico, social y cultural), los que a su vez proporcionan el poder económico y político”: Bourdieu.
Las grandes variaciones de la distribución del ingreso (movilidad social) dependen de la capacidad relativa de adquirir capital entre los diferentes tramos de la distribución del ingreso o de las distintas clases sociales (microempresarios, jornaleros, asalariados, empresarios, cuenta propia, entre otros).
Obviamente, la adquisición de capital únicamente tiene efectos sobre el cambio social, en la medida en que la población más pobre lo haga en cantidades y calidades superiores o iguales a las del resto de la población. Si, por ejemplo, la calidad de la educación recibida por los más pobres es superior, el cambio social se presenta más rápidamente.
Lo que actualmente observamos es una desigualdad en la adquisición de los diferentes tipos de capital y, por ende, la inequidad persiste.
En otras palabras, el Estado no provee servicios de calidad para equilibrar las desigualdades al nacer y, por lo tanto, la movilidad es paquidérmica.
Hace menos de un siglo las sociedades más desarrolladas enfrentaban el mismo problema. Un Estado fuerte, con instituciones poderosas, suficiente conocimiento y mecanismos de representación (democracia), impulsó los cambios en la política social que se requerían y creó una clase media que siguió impulsando y dando fuerza al cambio.
En Colombia, solo tendremos una ‘clase media’ real e importante cuando ella misma demande la ampliación y mejora de la calidad de los servicios del Estado.
Sin una clase media poderosa, no tendremos un sistema de protección social fuerte. Solo informales demandando más y más subsidios.
El nudo gordiano únicamente se desata con educación pública de calidad. Sin ella, la tasa natural de desempleo seguirá rondando el 11 por ciento y el sector informal el 55 por ciento, lo que equivale a dejar excluida de la formalidad a dos terceras partes de la población.
Si se dan los cambios propuestos, en el mediano plazo la mayoría de la gente podrá conseguir un empleo formal y depender menos de los subsidios.
Es la única forma para que la clase media se fortalezca y vaya generando la fuerza política para sostener un sistema tributario que financie una mayor protección social.
De modo que la única forma exitosa de cambiar la estructura social e institucional es a través de una discusión pública y la construcción de consensos alrededor de la calidad de los servicios sociales, y de sus efectos sobre el mercado laboral, que es la mayor fuente de ingresos en Colombia. Si esto se está haciendo en La Habana, bienvenido el diálogo.
Jairo Núñez Méndez
Investigador de Fedesarrollo