No hay duda de que existen diferencias evidentes entre Chile y Colombia. Sin embargo,el acto de toma de posesión del domingo pasado, en el cual Sebastián Piñera recibió la banda presidencial de Michelle Bachelet, deja lecciones que no deberían ser ignoradas en el país, tanto en lo relacionado con la forma como con el fondo.
En relación con la primera, los observadores destacan la manera profesional en que se manejó la transición. Más allá de las profundas diferencias ideológicas que hay entre una mandataria de izquierda y uno de derecha, el empalme se concentró en los temas. Sobre todo en hacerle entender al equipo que arranca los desafíos urgentes en varias áreas.
Con respecto a lo segundo, es evidente que el nuevo inquilino del Palacio de la Moneda tiene dos preocupaciones centrales en mente. Una es la salud de la economía, cuya tasa de crecimiento promedio durante el quinquenio que viene de terminar apenas llegó al 1,9 por ciento anual en promedio. La otra son los desafíos sociales que no son pocos, así se trate de la nación con la tasa de pobreza más baja de América Latina.
Por tal razón, Piñera se encargó de enviar mensajes destinados a apuntalar la confianza de los consumidores y demostrar su preocupación por las clases menos favorecidas. La señal de que buscará construir consensos, incluso con sus opositores, cayó bien, al igual que el visitar, como primer acto de Gobierno, un centro de niños y jóvenes vulnerables. La respuesta de los mercados ha sido positiva, algo que se nota en las ventas del comercio.
Cuando todavía se hacen evaluaciones de la jornada electoral del domingo, vale la pena preguntarse si en Colombia existirá la madurez de hacer algo similar. Si el presidente que llega el siete de agosto se empeña en construir sobre lo ya edificado, evitando la tentación de las retaliaciones y el cobro de cuentas, eliminaría un factor de riesgo. No hay duda de que podrá cambiar el rumbo, pero ojalá mire hacia adelante y sepa sumar, en vez de dividir.