Quienes quieran ver el rayo de luz en el dato de importaciones correspondiente a septiembre –cuando las compras del país cayeron en casi 6 por ciento–, seguramente se concentrarán en la notoria caída del déficit en la balanza comercial. Por cuenta de ese bajón, el desequilibrio en el intercambio durante los primeros nueve meses del 2017 va en 6.056 millones de dólares, casi 3.000 millones menos que en igual periodo del año pasado o cerca de la mitad de lo registrado en el mismo lapso del 2015, cuando el saldo en rojo rompió todas las marcas existentes.
Ahora las cosas son diferentes, gracias a la recuperación de las exportaciones, atribuible, en buena parte, a la mejora en los precios del petróleo. Si bien el faltante es grande aún, entra dentro de aquello que los especialistas consideran manejable. De seguir las cosas como vienen, las alarmas que se prendieron cuando la cuenta corriente de la balanza de pagos mostró un agujero enorme hace un par de años, deberían atenuar su color.
No obstante, también es cierto que el menor apetito importador es igualmente un síntoma de la debilidad de la economía colombiana. Tanto las adquisiciones de bienes de capital como de materiales de construcción experimentan una disminución importante, que se combina con un retroceso en la compra de bienes de consumo o de equipo de transporte, algo que constituye un síntoma de menores inversiones.
Tal vez con la excepción del capítulo de maquinaria para la actividad agrícola, otros renglones sugieren que hay apatía en el sector privado. Si bien existe la impresión de que en la parte final del año podría haber un repunte, el alza en la tasa de cambio lo hace más difícil. Por tal razón, hay que tomar con un grano de sal la caída en el déficit externo, pues el paciente no está sano y, por el contrario, muestra síntomas de que su salud no está bien.