Hay dos maneras de analizar el triunfo del Angela Merkel en las elecciones celebradas el pasado domingo en Alemania. La cita con las urnas despertó la atención de todo el mundo no solo porque se trata de la cuarta economía más grande del planeta, sino por el peso que Berlín tiene en los asuntos del Viejo Continente, comenzando con la Unión Europea y el euro.
Para los optimistas, las cosas salieron a pedir de boca porque triunfó la continuidad. Más allá de las promesas hechas durante la campaña, hay una línea de acción conocida, que queda respaldada por una cómoda mayoría parlamentaria, aceptando que los márgenes ahora son más estrechos que antes.
En tal sentido, se minimizan las posibilidades de sorpresa en lo que tiene que ver con asuntos tan sensibles como la política económica, la integración o el proyecto comunitario. Tal como ha sido la constante de los últimos años, la canciller se mantendrá como la dirigente más influyente al otro lado del Atlántico, lo cual resulta clave para contener a Rusia o llamar al orden a Donald Trump, si se vuelve necesario.
La otra cara de la moneda es la que muestra la actitud de los votantes germanos. El surgimiento de la extrema derecha, que se consolida como el tercer partido más importante, empaña un triunfo a todas luces contundente. Y es que así el nacionalismo radical se haya hecho presente en múltiples comicios europeos, el arribo de verdaderos neo nazis al Bundestag despierta recuerdos de épocas particularmente oscuras, sobre todo porque en algunos estados el movimiento AfD se erige como la primera o segunda fuerza política.
Esa circunstancia deja en claro que serán necesarios ciertos ajustes para evitar dolores de cabeza futuros. Para comenzar, no hay duda de que la economía anda bien y el desempleo se ubica cerca de mínimos históricos, pero la sensación de prosperidad no es la misma en todas partes. El resentimiento es mucho mayor en la antigua Alemania Oriental, como lo expresan los resultados de las urnas.
Quizás por ello, la reacción de los mercados no fue precisamente de entusiasmo ayer. Es indudable que el proyecto europeo sigue vigente, pero los interrogantes que venían de antes no se resuelven aún. De tal manera, el riesgo de que se presenten sorpresas como la de Estados Unidos permanecerá latente, pues la cantidad de ciudadanos frustrados ante la realidad crece.