Desde cuando las tasas de interés internacionales comenzaron a subir, los analistas le prestan más atención a los indicadores relacionados con la evolución de la deuda externa. A fin de cuentas, no solo el pago de las acreencias se hace más costoso, sino que puede haber menos fuentes de recursos disponibles a la hora de renovar las obligaciones.
Por tal motivo, vale la pena tener las cuentas claras en el caso de Colombia. Según lo dio a conocer ayer el Banco de la República, el saldo de los créditos que tiene el país ascendió en mayo pasado a 126.517 millones de dólares. De esa suma, algo más del 57 por ciento le corresponde al sector público, mientras que el saldo le pertenece al sector privado.
El monto señalado equivale al 36,6 por ciento del Producto Interno Bruto. Dicho indicador puede sonar elevado, pero es inferior en seis puntos porcentuales al observado al cierre del 2016 y en tres puntos al del 2017. La explicación parcial es la evolución en la tasa de cambio, pues al liquidar lo que se adeuda en pesos se refleja el desempeño de la moneda nacional frente a diversas divisas.
Sin embargo, también es cierto que la curva de los saldos pendientes con bancos y tenedores de bonos se ha aplanado. Así, mientras hace dos años los préstamos por pagar subieron 8 por ciento frente al guarismo del 2015, en el más reciente corte ese incremento anual apenas superó el 2 por ciento.
La prudencia parece ser una de las causas de la situación mencionada. Aunque las empresas y el Gobierno colombiano no han encontrado obstáculos para realizar nuevas emisiones de títulos, es indudable que el viento está cambiando de dirección. En ese sentido, es mejor abstenerse de asumir mayores riesgos, pues las condiciones son distintas.
Y aunque los peligros están ahí, hay elementos que dan tranquilidad. Uno de ellos es que el 85 por ciento de las acreencias son a largo plazo, con lo cual hay maneras de sortear una sequía súbita en la liquidez global. Pero lo importante es mantener la cautela.
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