Faltan apenas tres semanas largas para que se escuchen las 12 campanadas que marcan el final del año que termina, razón por la cual los ojos de la mayoría de los analistas están puestos en el 2018. Con mayor o menor grado de optimismo, la esperanza es que las cosas empiecen a mejorar después de un periodo desafiante marcado por la desaceleración en el ritmo de crecimiento.
El anhelo es válido, pues la economía sigue sin ganar la tracción esperada, lo cual se expresa como la aparición de “riesgos bajistas”. Así lo confirma la publicación de las minutas de la más reciente reunión de la junta directiva del Banco de la República, dadas a conocer el jueves pasado.
De acuerdo con las memorias mencionadas, la expectativa del equipo técnico del Emisor es que la expansión del Producto Interno Bruto en el cuarto trimestre del 2017 sea inferior a la observada en el tercero. Esa perspectiva se contrapone a los cálculos oficiales que hablaban de una tendencia al alza, tras el bache de la primera mitad del año.
Lamentablemente, los indicadores disponibles muestran una reactivación tan tímida que para muchos es imperceptible. Diversos indicadores muestran que la demanda de los hogares experimenta una dinámica muy lenta, a lo que se agrega que el dato de empleo de octubre resultó ser francamente malo.
Y si bien mucho de lo que acabe pasando se definirá en la marcha de la temporada decembrina, no se observa el auge de compradores al cual le apostaban los comerciantes. Tal como ha sido la constante en tiempos recientes, la cautela marca la pauta en las familias, algo que se nota en la propensión a gastar en regalos, viajes, cenas o decoración.
Los optimistas irredentos dirán que no estamos dando marcha atrás y eso es cierto. Pero también es verdad que el viento a favor tiene más de brisa que de ráfaga, por lo cual las expectativas de crecimiento empiezan a moderarse aun más. Falta ver, entonces, si hacia adelante opera el conocido ‘año nuevo, vida nueva’.