Cuando a finales de abril el personal de funcionarios de EPM y contratistas que trabajan en la construcción de la hidroeléctrica de Ituango se vieron sorprendidos por un derrumbe que taponó el túnel que permitía la salida de las aguas del río Cauca, nadie imaginaba que el episodio derivaría en la mayor alerta en la historia reciente del país. La posibilidad de que se produjera una tragedia que afectaría a una docena de poblaciones llevó a la evacuación de miles de personas y mantuvo en vilo a la opinión.
Y aunque las alarmas siguen encendidas, con el correr de los días empezó a volver la tranquilidad, después de que en la tarde del miércoles se vivieran momentos de gran tensión. La fuga de parte del caudal represado por galerías subterráneas utilizadas para transportar equipos, elevó la probabilidad de una catástrofe que habría implicado la propia destrucción del embalse.
Todavía no se puede cantar victoria, pero en el momento de escribir estas líneas había sido posible recomenzar las labores de construcción, orientadas a elevar la cresta de la presa y permitir la evacuación del líquido a través del vertedero diseñado para tal fin. Adicionalmente, los sensores mostraban estabilidad en la montaña, a lo cual se agregaba una disminución el caudal del río por cuenta de una pausa en el invierno.
De seguir las cosas así, la próxima semana la situación en la zona volverá a la normalidad, incluyendo la actividad diaria en las áreas ribereñas. No obstante, serán necesarias varias semanas antes de que se puedan evaluar los daños en la casa de máquinas por donde se vienen desembalsando millones de metros cúbicos de agua.
Solo en ese momento se podrá hacer una cuantificación del costo del imprevisto, al igual que elaborar un nuevo cronograma para la entrada en operación del proyecto. Eso quiere decir que las cifras que han venido circulando no tienen fundamento alguno y que tal como sucede en ocasiones, más de uno quiso pescar en el remolino del pánico. Esa es una primera lección que reitera la necesidad de actuar con cabeza fría, con dos objetivos en mente: esperar lo mejor y prepararse para lo peor.